Page 13 - Extraña simiente
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—No —hizo un gesto vago con la mano—. Intenta dormir, Rachel. En

               seguida me acuesto.
                    Ella  se  envolvió  en  la  amplia  colcha  azul,  que  compartía  con  Paul,  y
               tropezando con una de las esquinas, se acercó a donde estaba él, junto a la
               ventana. Él la abrazó.

                    —Deberías dormirte —le dijo.
                    —Sí, sí…
                    Apenas podía discernir su rostro. Sabía que no era especialmente hermoso
               en el sentido clásico. Sus cejas espesas y oscuras iban acompañadas por unos

               grandes ojos almendrados de color marrón y una frente despejada. Su boca,
               carnosa y oscura, parecía siempre estar haciendo pucheros, las comisuras de
               los labios tirando ligeramente hacia abajo. Esa exuberancia contrastaba con
               una fuerte mandíbula y un cuello largo y elástico. Era una cara donde cada

               rasgo había luchado por sobresalir, pensó Paul, y al final había resultado un
               equilibrio agradable.
                    Rachel le dio un beso.
                    —Gracias —le dijo Paul.

                    —¿Por qué?
                    —Por no poder dormir sin mí.
                    Ella sonrió.
                    —Nuestra primera noche en nuestra primera casa, Paul.

                    Se dio cuenta de que parecía una acusación.
                    —Sí —dijo Paul.
                    Hubiera querido añadir, Nuestra primera casa y espero que sea la última,
               pero sabía que ella percibiría la falsedad de este comentario.

                    —Es la primera de muchas noches, Rachel.
                    Ella se apoyó sobre él y musitó algo que él tomó por una afirmación.
                    No  estoy  a  gusto  en  esta  casa,  Paul.  Me  asusta.  Nunca  he  vivido  aquí
               antes, tú sí. Y eso te da ventaja.

                    —Tenemos mucho trabajo por delante, Rachel.
                    —Sí, ya lo sé.
                    ¿Y  qué  sé  yo  de  casas  como  ésta,  Paul?  ¿De  este  tipo  de  vida?  Es
               demasiado  silenciosa.  No  hay  suficiente  luz.  Nos  hemos  acostumbrado  al

               ruido y a la luz. Hemos aprendido a identificarnos con ello, por mucho que lo
               neguemos.
                    —No  me  puedo  imaginar  por  qué  a  nadie  se  le  ocurriría  destrozar  las
               ventanas  de  esta  manera  —pasó  el  dedo  sobre  un  fragmento  de  cristal  que







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