Page 14 - Extraña simiente
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sobresalía del marco de la ventana—. No entiendo —prosiguió— qué les
llevaría a hacer ninguna de las porquerías que han hecho.
Rachel asintió. Efectivamente, ¿por qué, Paul? Ella daba por sentado que
la «gente del campo» tenía un respeto casi instintivo hacia los derechos y la
propiedad de los demás. Pero el estado en el que encontraron la casa le había
hecho revisar esa opinión: la gente era la misma en todas partes; la gente del
campo, la gente de la ciudad, todos iguales.
—Pero en el fondo, es una casa sólida —siguió Paul, palpando el hueco
de la ventana con la mano—. Al menos, no tiene ningún fallo estructural.
Rachel volvió a asentir.
—Vamos a la cama, Paul. Es muy tarde.
—Vete tú, cariño. No tardaré nada.
Le puso las manos sobre los hombros y la empujo con suavidad hacia el
sofá.
—Ve —volvió a decir.
A regañadientes, volvió al sofá, se tumbó, y colocó la colcha de manera
que un buen trozo caía sobre el suelo donde Paul, a falta de sitio mejor, iba a
dormir.
—No tardes mucho, Paul.
—No tardaré.
Rachel cerró los ojos. Sí, pensó, Paul tenía ventaja. La casa le seducía. Él
había vuelto a casa. La transición no le costaría nada, si no había sucedido
ya. Él se sentía cómodo aquí. Con los fantasmas de su madre, de su padre y
sus recuerdos de infancia…
—¿Estás dormida, Rachel? —susurró.
—No.
—¡Oh!…, es que… voy a salir un momento.
—Preferiría que no lo hicieras, Paul.
—Puedes acompañarme si quieres.
—No…, hace demasiado frío —y después de una pausa, añadió—: es
muy tarde, Paul.
—Sólo un minuto.
—Me gustaría…
Pero él ya había cruzado la amplia cocina y se dirigía hacia la puerta
trasera.
—Trata de dormir —le dijo desde allá.
Un instante después, cerró tras él.
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