Page 19 - Extraña simiente
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—Se lo tendremos en un par de días, señor Griffin —dijo el mecánico—,

               lo tenemos que encargar.
                    Al descubrir la casa, el señor Marsh, no dando crédito a sus ojos, farfulló:
                    —No lo entiendo… No lo entiendo…
                    —¡Usted era el encargado de vigilar la maldita casa! —le gritó Paul.

                    Marsh seguía boquiabierto, sin decir palabra.
                    —¡Mi tío y yo le pagamos para que la vigilara!
                    —No lo entiendo…, no lo entiendo… —repitió Marsh.
                    —¡Eso es evidente! —escupió Paul.

                    —Pero si vengo cada semana, señor Griffin, incluso alguna vez dos veces
               por semana, y nunca he visto un alma.
                    —Está claro que no se ha…
                    —Paul,  por  favor  —interrumpió  Rachel,  mirando  a  Marsh—.  Le  ruego

               que disculpe a mi marido. Como comprenderá, está muy enfadado.
                    —Puedo disculparme yo sólo —cortó Paul— si es necesario. Y no creo
               que sea el caso.
                    Se  bajó  del  coche  y  se  plantó  frente  a  la  casa  con  las  manos  sobre  las

               caderas.
                    —¡Cristo! —masculló—. ¡Me cago en Cristo!
                    Miró hacia Rachel y Marsh y les dijo:
                    —Venga, más vale entrar a ver lo que han hecho esos hijos de puta.

                    Reflexionando de nuevo, Rachel recordaba que algunos aspectos del acto
               de vandalismo le habían ofuscado tanto a ella como a Paul y Marsh. Aunque
               el haber roto los cristales de cada una de las doce ventanas de la casa era una
               gamberrada  bastante  pedestre  —¿para  qué  están  las  ventanas  si  no?—,

               defecar  en  cada  mueble  excepto  el  sofá  rojo  del  salón  era  algo  menos
               pedestre, aunque de poca imaginación; además, los gamberros arrancaron de
               sus  goznes  cada  una  de  las  cuatro  puertas  interiores  de  la  casa  y  las
               destruyeron sin posibilidad de reparación. Esto indicaba un propósito mayor,

               un objetivo que iba más allá del vandalismo insensato.
                    Encontraron  los  despojos  de  un  animal  en  el  dormitorio  decrépito  del
               segundo piso, donde al parecer nunca se había vivido.
                    —Parece un mapache —observó Marsh—. Por como tiene la pata trasera,

               me parece que había caído en un cepo —señaló de nuevo al animal—. Ha
               debido soltarse a mordiscos. Algunos animales hacen eso, ¿sabe usted?, van
               royendo hasta que atraviesan el hueso.
                    Raquel no pudo reprimir una mueca de asco al oír el comentario. Este,

               unido al estado de la casa y a la oscura perspectiva de vivir allí después de




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