Page 22 - Extraña simiente
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—Y es una buena definición, de momento. Es una especie de granja de

               comienzos de siglo. Techos bajos, ventanas pequeñas, ninguna… comodidad,
               aunque  los  últimos  inquilinos,  los  Schmidts,  así  se  llamaban,  instalaron  un
               generador eléctrico con motor de gasolina.
                    Paul sonrió.

                    —Suena magnífico, Paul.
                    —Por favor, no te pongas sarcástica.
                    —Simplemente  me  hubiera  gustado  que  mencionaras  estos…  planes
               antes.

                    —Los menciono ahora. Y algo ya te había contado, ¿no?
                    —Si lo hiciste, fuiste muy sutil, Paul —hizo una pequeña pausa—. Me los
               estás contando ahora. Y no me agrada que hagas esto. Me hubiera gustado
               que me consultaras.

                    —¿No quieres venir?
                    —No he dicho eso. Me tienes que dar un tiempo para pensarlo. Y también
               me tienes que dar razones para hacerlo.
                    —Bueno, ya te las he dado. Te pueden parecer insustanciales… —Rachel

               sonrió—. Pero son más profundas —continuó—. Mucho más profundas. Son
               lazos emocionales, si quieres.
                    —No puedes volver a casa, Paul.
                    —Pero ¿qué dices?… Tú también puedes.

                    Habló con un tono severo e impaciente, como si el comentario de Rachel
               le hubiera parecido una estupidez sin sentido. Ella no rechistó, pero se veía
               que se sentía herida.
                    —Lo siento. No quería contestarte mal. Pero tienes que creerme, lo tengo

               todo planeado. Llevo apartando una cantidad de mi paga semanal desde hace
               seis años, desde que heredé la casa de mi tío.
                    —¿Y  qué  pasará  cuando  se  nos  acaben  los  ahorros?  ¿Qué  haremos
               entonces?

                    —¡Ah! Pero  aquí viene  lo mejor… —el  entusiasmo iluminó  su  cara—.
               Vamos a vivir de la tierra, Rachel —hizo una pequeña pausa—. ¿A que suena
               muy bien? —prosiguió—. «Vivir de la tierra». Me gusta la frase.
                    —Y yo vuelvo a repetir —dijo Rachel—: ¡qué horror!

                    —Sí, lo es —contestó con entusiasmo a pesar del comentario—. Pero no
               imposible, ¿no crees? No, claro que no. Es simplemente… difícil.
                    —Pero si tú no eres un campesino, Paul. Te estás engañando.
                    —Quizás  no.  He  ido  a  unos  cuantos  cursos  de  agricultura  y  tengo  un

               conocimiento  técnico  práctico  de  todo  el  tema,  aunque,  claro  está,  no




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