Page 27 - Extraña simiente
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IV






                    Paul puso cara de disgusto al ver la cama nueva.
                    —Esta no sirve, ¿verdad?, es demasiado grande.
                    Había escogido una enorme cama de roble oscuro, con cuatro columnas,
               que dominaba un tercio de la pequeña habitación cuadrada.

                    —La voy a devolver, Rachel, y traeré otra.
                    Rachel se sentó en la cama y apretó el colchón con la palma de sus manos.
                    —No seas tonto —dijo ella—, es perfecta, me encanta.
                    —No —dijo Paul—, te parece un trasto.

                    —Pienso que se puede dormir en ella. Eso es lo que me parece.
                    —Ya, ya. Y también se puede uno perder en ella. No sé qué diablos me
               empujó a comprar un trasto tan espantoso —encogió los hombros y cambió
               de  tema—.  Le  conté  a  aquel  hombre  lo  de  las  ventanas  y  me  dijo  que

               tendríamos que esperar como un mes a que pongan los cristales, que debía
               haber tomado las medidas. Le dije que ese era su trabajo, ¿no? Y me contestó
               que  sí,  pero  que  eso  implicaba  hacer  dos  viajes  en  vez  de  uno,  que  el
               desplazamiento  suplementario  me  costaría  veinte  dólares  y  que  si  quería

               ahorrarme  esos  veinte  dólares,  tenía  que  tomar  las  medidas  yo  mismo  y
               dárselas  por  teléfono.  Le  dije  que  no  teníamos  teléfono  y  masculló  entre
               dientes  que  era  típico  de  los  señoritos  de  las  ciudades  que  se  las  dan  de
               campesinos o algo así. Después me preguntó que de dónde era, le dije que de

               Nueva  York  y  se  echó  a  reír.  Terminó  diciendo  que  de  todos  modos  no
               pasarían más de seis meses antes de que empezara a suspirar por la ciudad.
                    —¿Por qué no le dijiste que habías nacido aquí, Paul?
                    —¿Para qué? No me importa lo que pueda pensar. Además no es nadie y

               está  equivocado  —se  quedó  en  silencio  unos  segundos  para  que  su  ira  se
               calmara. Luego continuó—. Y el teléfono también va a tardar. Parece ser que
               tienen que traer el cable hasta aquí. Y eso significa tiempo… y dinero.
                    —Pero nos lo pondrán, ¿no?

                    —Sí…, tarde o temprano, en un par de meses. Después de todo no es tan
               grave… Se puede sobrevivir sin él.



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