Page 32 - Extraña simiente
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V
El conejo no sabía nada de la muerte. Existía desde siempre y seguiría
viviendo para siempre. Aún así, había depredadores: el zorro, el búho, el
halcón de cola roja, y todos los demás.
Por instinto el conejo sabía que su carne serviría para satisfacer el hambre
de sus enemigos, pero no que tuviera que morir. Por eso, cuando le rompían el
cuello y sus pulmones se negaban a funcionar, se deslizaba en la muerte sin la
angustia que su asesino podría sentir; no revivía ni afectos ni recuerdos. Abría
los ojos aún más, su hocico palpitante dejaba de palpitar, tensaba los
músculos como si se dispusiera a utilizarlos y moría.
Más tarde sería transportado, cogido por las orejas para servir de alimento.
Su asesino no se alegraba ni se entristecía tras el acto. Sólo el hambre y las
ansias de carne le habían llevado a realizarlo. El conejo no había sido lo
suficientemente cauto.
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