Page 30 - Extraña simiente
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—… sólo que me desagrada.

                    Rachel tomó su sonrisa por un gesto de autocompasión.
                    —Algún  día  te  lo  contaré  —se  levantó  bruscamente—.  Pero  ahora
               tenemos trabajo. Quizás me dé tiempo a colocar unos cuantos tablones sobre
               la pared este antes de que caiga la noche.

                    —¿Crees que también fueron los vándalos los que arrancaron las tablas?
                    —Probablemente.
                    Rebuscó en su bolsillo y sacó una cinta métrica.
                    —Toma —le tendió el metro a Rachel—. ¿Por qué no vas midiendo estos

               huecos  de  puerta  mientras  estoy  fuera?  Puede  que  Marsh  tenga  algunas
               puertas que encajen.
                    Rachel cogió la cinta métrica y se la quedó mirando un momento.
                    —Sólo tomo las medidas interiores, ¿verdad?

                    —Eso es. Cómo se nota que eres una chica inteligente —dijo sonriendo.
                    —No  estés  tan  seguro,  Paul…  Recuerda  que  soy  una  mujer,  ya  sabes,
               débil, dependiente, etcétera, etcétera… —replicó, devolviéndole la sonrisa, y
               haciendo pequeños gestos mimosos con los labios y las manos.

                    Paul sonrió más abiertamente todavía.
                    —Ya  sabes  que  no  sirvo  más  que  para  hacer  el  desayuno,  hacer  niños,
               hacer el amor… Vamos, que soy una retrasada mental.
                    Paul soltó una carcajada realmente divertido. Era la primera vez que se

               reía desde que habían llegado a la casa y Rachel entendió que la tensión que
               existía entre ellos estaba desapareciendo.
                    —¿No estás de acuerdo, Paul?
                    Rachel sostenía la cinta métrica estirada entre sus brazos extendidos.

                    —¿Ves todos los números que hay aquí escritos, Paul? Me armo un lío…
                    Paul se reía cada vez más.
                    Qué bien, Paul, cómo te reconozco cuando eres así, le hubiera gustado
               decirle, pero sabía que esto le pondría incómodo. Paul dejó de reír.

                    —Gracias —le dijo a Rachel.
                    —¿Por qué?
                    Se inclinó hacia ella y la besó en la frente.
                    —Sólo eso…, gracias.

                    Salió de la habitación.



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