Page 34 - Extraña simiente
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necesariamente atacado por un lobo o, quizás, por un perro muy grande, lo que a mí me parece
bastante probable, aunque no he visto ningún perro por aquí.
Por si acaso, Paul ha comprado un rifle. Ya le he dicho que detesto las armas, pero cuando él se
empeña en algo no hay modo de hacerle desistir. En este momento está en el bosque con el rifle.
También se ha llevado un hacha, él dice que es para cortar leña, pero yo creo que desde que piensa
que puede haber un lobo, está muy exaltado y que anda tras él. De todos modos, tenemos bastante
leña.»
Sí, no estaba saliendo tan mal. Podía valer. Si por lo menos tuvieran
teléfono.
Levantó la mirada del papel hacia la cocina, convencida de que alguien
había llamado a la puerta trasera.
Dejó la carta sin terminar sobre el escritorio, escuchó atentamente, pero
no oyó nada.
—¿Quién es?
—Lumas, señora Griffin, Henry Lumas —la respuesta era casi inaudible.
* * *
El angosto sendero que bordeaba el extremo norte de los campos y que
unía la carretera que pasaba delante de la casa al bosque llegaba hasta un
riachuelo. A unos cuantos metros al oeste del riachuelo, el suelo se elevaba
ligeramente; los primeros árboles del bosque se encontraban un poco más
allá.
Paul cruzó el sendero saltando de piedra en piedra y dudó antes de
continuar. Aquí, en esta pendiente antes de entrar al bosque, la tierra no
estaba tan agobiada de malas hierbas como sus campos, estaba salpicada de
matorrales de cola de caballo y manchas de hierba raquítica. A unos veinte
metros hacia el Sur, muy cerca ya del bosque, florecían unos cornejos que a
Paul le parecieron estar completamente fuera de lugar. Más allá veía el tronco
gris moteado de un pino muerto desde hacía muchos años, despojado de sus
ramas por la acción del tiempo y de los insectos.
Lo que más le llamó la atención a Paul al mirar el bosque de norte a sur
era la tremenda impresión de oscuridad que daba. La luz del sol no conseguía
penetrar más que unos metros dentro del bosque y parecía tomar un color
mucho más pálido, como si tuviera que pagar un precio por entrar.
Paul avanzó por la pendiente, llevando con cuidado el hacha y el rifle, dos
bultos poco familiares para él. Se detuvo. A su izquierda, las grandes ramas
sobrecargadas de dos hayas formaban un arco natural perfecto. Se paró a
estudiar los árboles un momento, consciente de que le atraían de una manera
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