Page 34 - Extraña simiente
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necesariamente atacado por un lobo o, quizás, por un perro muy grande, lo que a mí me parece
                   bastante probable, aunque no he visto ningún perro por aquí.
                      Por si acaso, Paul ha comprado un rifle. Ya le he dicho que detesto las armas, pero cuando él se
                   empeña en algo no hay modo de hacerle desistir. En este momento está en el bosque con el rifle.
                   También se ha llevado un hacha, él dice que es para cortar leña, pero yo creo que desde que piensa
                   que puede haber un lobo, está muy exaltado y que anda tras él. De todos modos, tenemos bastante
                   leña.»


                    Sí,  no  estaba  saliendo  tan  mal.  Podía  valer.  Si  por  lo  menos  tuvieran
               teléfono.
                    Levantó la mirada del papel hacia la cocina, convencida de que alguien

               había llamado a la puerta trasera.
                    Dejó la carta sin terminar sobre el escritorio, escuchó atentamente, pero
               no oyó nada.
                    —¿Quién es?
                    —Lumas, señora Griffin, Henry Lumas —la respuesta era casi inaudible.




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                    El angosto sendero que bordeaba el extremo norte de los campos y que

               unía  la  carretera  que  pasaba  delante  de  la  casa  al  bosque  llegaba  hasta  un
               riachuelo. A unos cuantos metros al oeste del riachuelo, el suelo se elevaba
               ligeramente;  los  primeros  árboles  del  bosque  se  encontraban  un  poco  más

               allá.
                    Paul  cruzó  el  sendero  saltando  de  piedra  en  piedra  y  dudó  antes  de
               continuar.  Aquí,  en  esta  pendiente  antes  de  entrar  al  bosque,  la  tierra  no
               estaba tan agobiada de malas hierbas como sus campos, estaba salpicada de
               matorrales de cola de caballo y manchas de hierba raquítica. A unos veinte

               metros hacia el Sur, muy cerca ya del bosque, florecían unos cornejos que a
               Paul le parecieron estar completamente fuera de lugar. Más allá veía el tronco
               gris moteado de un pino muerto desde hacía muchos años, despojado de sus

               ramas por la acción del tiempo y de los insectos.
                    Lo que más le llamó la atención a Paul al mirar el bosque de norte a sur
               era la tremenda impresión de oscuridad que daba. La luz del sol no conseguía
               penetrar  más  que  unos  metros  dentro  del  bosque  y  parecía  tomar  un  color
               mucho más pálido, como si tuviera que pagar un precio por entrar.

                    Paul avanzó por la pendiente, llevando con cuidado el hacha y el rifle, dos
               bultos poco familiares para él. Se detuvo. A su izquierda, las grandes ramas
               sobrecargadas  de  dos  hayas  formaban  un  arco  natural  perfecto.  Se  paró  a

               estudiar los árboles un momento, consciente de que le atraían de una manera



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