Page 38 - Extraña simiente
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Se interrumpió, no supo cómo continuar.

                    —¿Paul  le  ha  dicho  algo  al  sheriff  acerca  de  los  vándalos?  —preguntó
               Lumas.
                    Rachel vaciló, molesta por el súbito cambio de conversación.
                    —Usted me dijo que iba a bajar a hablarle —prosiguió Lumas.

                    —Sí.  Y  fue.  Pero  nadie  quedó  muy  satisfecho,  sobre  todo  nosotros.  El
               sheriff  dijo  que  se  ocuparía  del  asunto  cuando  tuviera  tiempo.  Dijo  que
               probablemente serían los hijos de los vecinos —movió la cabeza lentamente
               —. ¡Los hijos de los vecinos! ¿Se da usted cuenta?

                    —Así que no va a hacer nada. Es una pena. Si les cazara, cobrarían.
                    —Supongo. Pero, ¿qué más da? Lo único que queda por reparar son las
               ventanas y ya no falta mucho para que las traigan. Y reparar la madera de la
               fachada…, que ya está casi terminada, ¿no?

                    Lumas asintió, pasó la mirada por la habitación reformada como si fuera
               la primera vez que la viera, y dijo:
                    —Sí. Hemos hecho un buen trabajo, ¿no le parece?
                    Rachel sonrió enternecida; había dicho «hemos». El hombre estaba siendo

               bondadoso con ella. Aunque quizá el «hemos» se refería únicamente a Paul y
               él mismo, dejándola a ella fuera del asunto. Y eso tampoco era justo.
                    —Sí —se atrevió a decir—, hemos hecho un buen trabajo.
                    Lumas le dedicó una gran sonrisa. De repente, la sonrisa desapareció.

                    —¿Y  dónde  se  habrá  metido  su  marido?  —le  preguntó—.  He  visto  el
               coche ahí fuera.
                    —Sí. Está en el bosque. Se ha comprado un rifle y está buscando al lobo o
               a lo que sea. También tiene un hacha…

                    —¿Un lobo? —dijo Lumas.
                    Por  un  momento  se  quedó  silencioso.  Rachel  se  le  quedó  mirando,
               confundida.
                    —Sí… ¿No se acuerda?… Aquel gamo que ustedes dos encontraron…

                    —¡Ah, sí, claro!… —tartamudeó Lumas. Se puso de pie—. Me tengo que
               marchar, señora Griffin. Gracias por su hospitalidad.
                    Se dirigió a la puerta trasera. En mitad de la cocina, se volvió y gritó:
                    —¡Muchas gracias!

                    Unos instantes más tarde se había marchado.



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