Page 40 - Extraña simiente
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tronco más próximas a la tierra, la yedra serpenteaba. A la derecha del tronco,

               justo donde se bifurcaban las ramas, se había formado una extensa capa de
               liquen pardusco. Un rodal de pedos de lobo cubría un círculo bastante grande
               debajo del liquen, atravesando la capa de hojas muertas y agujas de pino. Paul
               no  pudo  evitar  una  sonrisa  al  pensar  en  el  nombre  de  esta  planta.  Lo

               pronunció en voz baja. Se agachó para observar al que tenía más cerca. Vio
               que era de un color más claro que el que recordaba y que se parecía mucho al
               de  su  piel.  Pero  no  era  más  que  una  ilusión.  La  tormenta  inminente  había
               hecho  que  la  luz  cambiara;  tanto  sus  manos  como  su  mono  azul,  como  el

               tronco  gris  de  las  acacias,  todos  tenían  un  reflejo  anaranjado.  Tapó
               parcialmente el pedo de lobo ahuecando las manos para tratar de aislarlo de la
               penetrante  luz  enfermiza;  el  color  cambió  ligeramente.  Se  enderezó  y,  sin
               pensar, le dio un puntapié. Al chocar su pie con la planta, se dio cuenta de que

               había hecho exactamente el mismo gesto hacía muchos años y recordó que los
               pedos de lobo, cargados de esporas, explotaban deliciosamente. Pero éste no.
               Vio cómo se iba deformando lenta y grotescamente; primero se hundió el lado
               que había golpeado, luego la parte superior y finalmente el otro lado, como si

               un  animal  invisible  se  hubiera  sentado  encima.  Acabó  yaciendo  a  sus  pies
               como un trozo arrugado de cuero descolorido que el viento cubrió con hojas
               muertas.
                    —¡Vamos! —escuchó Paul.

                    Se dio la vuelta y vio a Henry Lumas a unos cuantos metros de distancia,
               con una expresión preocupada tensando su cara surcada por las arrugas. Paul
               sonrió un poco avergonzado.
                    —Estaba… —señaló el rodal de pedos de lobo—, me estaba acordando…

                    —¡Ya me lo contará otro día!… ¿No ha visto la tormenta que se nos viene
               encima?
                    Señaló  el  rifle  que  Paul  había  dejado  apoyado  contra  el  tronco  de  la
               acacia, el cañón apuntando hacia arriba, al lado del hacha.

                    —¡Coja los bártulos y vuelva a casa echando leches!
                    Paul hizo lo que se le ordenaba sintiéndose nuevamente como un niño, sin
               que eso le desagradara.



                                                          * * *



                      Aprovecho para añadir unas cuantas líneas a esta carta mientras se acaba de cocer el guisado de
                   carne.
                      Acabo de salir fuera por la puerta de atrás y me ha sorprendido ver que el cielo se ha cubierto de
                   grandes nubes amenazantes. Espero que Paul tenga el sentido común de volver pronto a casa. No es



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