Page 41 - Extraña simiente
P. 41
que sea despreocupado, sino que se distrae con cualquier cosa. Recuerdo cuando el señor Lumas y
él estaban tapando las ventanas; ¡claro, no has estado aquí todavía y no sabes cómo es esta casa!;
tiene dos pisos y el señor Lumas y Paul han tenido que usar la vieja escalera de madera para
alcanzar las ventanas del segundo piso. En la parte trasera de la casa, las ventanas están más altas
que en la parte delantera, por la pared del granero. Para alcanzarlas, Paul tuvo que subir casi hasta
los últimos peldaños de la vieja escalera, donde los palos están podridos y son peligrosos. El señor
Lumas le advirtió un par de veces que tuviera cuidado, pero desde la ventana del dormitorio del
segundo piso, desde donde yo le esperaba para alcanzarle la madera, pude ver cómo se lanzaba por
la escalera lleno de entusiasmo por terminar el trabajo. Bueno, pues se rompió uno de los peldaños
y casi se cayó. Desde entonces tiene más cuidado. Creo que ése es el problema de Paul, su
entusiasmo. Da la impresión de tener tantas ganas de arreglar las cosas que deja de tener la más
mínima precaución.
Rachel dejó la pluma sobre la mesa; oyó que la puerta trasera acababa de
abrirse. Unos segundos después, Paul y el señor Lumas entraban en el cuarto
de estar.
—¡Hola! —dijo Paul.
Sonreía estúpidamente como si estuviera borracho. Lumas, justo detrás de
él, dijo, malhumorado:
—Yo no dejaría a este chico por ahí, señora…
Rachel sabía que era una broma, aunque, por el tono de su voz, uno podría
pensar lo contrario.
—Gracias por traerle a casa, Hank —dijo Rachel.
Lumas asintió, todavía de mal humor.
—Paul, aparta esa cosa, ¿quieres?, por favor.
Rachel se refería al rifle que Paul sujetaba torpemente con su mano
derecha.
Paul miró el arma.
—¡Oh!, lo siento… —dijo, y se metió en la cocina.
Lumas entró en el cuarto de estar, se inclinó sobre Rachel y dijo:
—Todavía no se ha enterado muy bien de cómo son las cosas por aquí,
¿verdad?
Rachel se le quedó mirando fijamente.
—¿Qué quiere decir, Hank?
Una levísima sonrisa cruzó la cara de Lumas.
—Nada, no se preocupe. Nada en absoluto —y se incorporó.
Paul volvió a entrar.
—¿Está lista la cena, Rae?
Rachel apenas podía soportar que la llamaran con este diminutivo. Paul lo
utilizaba únicamente en momentos como éste; cuando su madurez había sido
puesta en duda o, al menos, él así lo creía y trataba de rehabilitarse. Cruzó la
sala y se dejó caer sobre su silla.
Página 41