Page 42 - Extraña simiente
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—Estará lista en un par de minutos —dijo Rachel—. La he puesto hace
media hora —mirando a Lumas, le señaló su silla de mimbre—. Siéntese,
Hank.
—No, gracias; me tengo que marchar.
—Quédese a cenar —le ofreció Paul—. Es lo menos que podemos hacer
para agradecerle su ayuda.
—No me deben nada —hizo una pausa—. Pero si tienen bastante para
tres, bueno, pues me quedaré…
—Estupendo —dijo Paul mirando a Rachel—. ¿Te contó Hank lo que
vimos camino de casa?
—No, no me ha dicho nada. ¿Qué ha…?
—No hay nada que contar —interrumpió Lumas bruscamente—. Paul
creyó haber visto algo…
—¿No lo está contando al revés? —preguntó Paul—. Fue usted quien hizo
que me fijara en ello, quiero decir, en él.
—¿En él? —preguntó Rachel.
—O en ella —precisó Paul—. Podría haber sido un niño. Era difícil
distinguirlo con la lluvia.
—¿La lluvia?
—Sí, en los campos de allá —dijo señalando al norte—. Estaba lloviendo,
y Hank me mostró a ese… niño que atravesaba los campos, corriendo hacia el
norte. Yo casi no lo pude ver, pero Hank dijo que iba desnudo. ¿No fue así,
Hank?
Lumas se quedó callado. Parecía incómodo.
—Si era un niño —prosiguió Paul—, deberíamos ir a buscarlo para
protegerle. Quiero decir, si estaba desnudo, como tú dices, Hank, y le pilla la
tormenta allí fuera…
—No era nada —cortó Lumas—. No era nada en absoluto, olvídese de
ello…
—¡Pero si lo vimos!
—¡Olvídelo! Las tormentas le hacen ver a uno cosas… ¡Dígamelo a mí!
En serio, no ha sido nada… Simplemente una ilusión.
Paul se le quedó mirando incrédulamente y luego miró a Rachel. Volvió a
sonreír estúpidamente.
—Vale, Hank… Lo que tú digas…
—Voy a poner la mesa —dijo Rachel al levantarse—. Me encanta que te
quedes a cenar, Hank.
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