Page 45 - Extraña simiente
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—Sí, claro. Aunque me cuesta creer que nadie pueda reaccionar así en
esas circunstancias; no puedo olvidar las horribles cruces de madera… Y que
a los niños los enterraran envueltos en una simple sábana, sin ataúd.
—Eso es repugnante, Paul —dijo Rachel haciendo una mueca de asco.
Paul asintió sombríamente. Al cabo de un momento de silencio, Rachel
prosiguió:
—¿Y el niño? ¿De qué murió él?
—Nadie lo sabe. Llamaron al doctor no sé cuántos, ya sabes, el de la
ciudad, pero les dijo que tenían que llamar a un especialista y entre tanto el
niño se murió.
—¿Joseph?
—Ese es el nombre que habían grabado en la cruz. Pero Hank dice que
nunca oyó a los Schmidts llamarle por ese nombre ni a la niña llamarla
Margaret. De hecho, lo único que recuerda de la relación que los Schmidts
tuvieron con los niños es que era muy tranquila. Apenas intercambiaban
alguna palabra. Pero creo que no debemos tomarle al pie de la letra. Hank
reconoce que no tenía mucha relación con ellos. Aunque él no lo explica así,
claro…
—Hank es bastante especial, ¿no te parece? —dijo Rachel, sonriendo.
—Sí, es casi un estereotipo del viejo ermitaño comido por el tiempo.
—Desde luego, pero me gusta —concluyó Rachel sonriendo.
* * *
El último día, el día que la señora Schmidt se tiró por la ventana del
segundo piso, seguida inmediatamente por su marido, ese día, estas dos
muertes insignificantes confirmaron a Lumas lo que él había mantenido
durante tanto tiempo: algunas personas aprenden a aceptar lo que aquí ocurre
y otras no. Algunas no pueden deshacerse de la influencia de las ciudades.
Algunas creen que sólo el hombre y sus ciudades son capaces de crear. Y si se
les dijera que lo que crea el hombre es algo vacío y superficial
comparativamente, no entenderían. Dirían: «¿Qué quieres decir? Explícanos».
Y no habría manera de que lo entendieran. Uno podría pasar horas hablando
sin que comprendieran nada; o si intuyeran algo, no lo creerían. A lo mejor se
echarían a reír con esa risa que implica: «¿No somos, al fin y al cabo,
superiores?». Y si consiguiera abrirles los ojos, entonces dejarían de reírse.
Quizás terminarían haciendo lo mismo que los Schmidts. Entonces no
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