Page 49 - Extraña simiente
P. 49
que uno de ellos le estaba atacando hasta que ya lo tenía casi encima, cuando
ya no le quedaba tiempo para escapar.
Una mantis religiosa se había escondido entre unos matorrales próximos a
un pequeño estanque que bordeaba la linde oeste del bosque. La mantis, como
cazadora perfecta que era, se podía comer todo lo que apresara. No muy lejos
de allí, un colibrí, que bajo la luz del alba parecía no tener alas, flotaba de flor
en flor, para finalmente escoger una melisa no muy distante de la mantis
religiosa. La mantis se acercó lenta y silenciosa, lanzó de repente sus patas
hacia adelante con la rapidez de un rayo y redujo al pájaro mosca a una masa
irreconocible de carne y plumas.
Cerca de un arbusto de zumaque, una raposa devoraba glotonamente el
cuerpo de una marmota. Se distrajo un momento mirando a una pareja de
verdezuelos levantar el vuelo. Una hora antes, dos cuervos habían atacado el
nido de verdezuelos y ahora los cuerpecillos vaciados de sus entrañas de sus
cuatro polluelos yacían en el suelo. Uno de los cuerpos ya había caído entre
las garras de un escarabajo enterrador. Otro escarabajo se había unido al
festín. Juntos, cavarían un agujero por debajo del polluelo y para así poder
taparlo e impedir que ninguno de los mil depredadores pudiera encontrarlo.
Aquí no se medía el tiempo. No obstante, existía.
La vida lo devoraba.
Y, a su vez, la muerte la engullía.
La muerte no es más que la sierva de la vida, bajo todas sus formas; desde
la ameba hasta la libélula, desde la lechuza hasta el halcón, desde la anémona
hasta el tulipán salvaje y el pino blanco; desde la siempreviva hasta el diente
de muerto.
Siempre que se mezclen el sol, la tierra y el agua surge la vida.
Página 49