Page 54 - Extraña simiente
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Paul me ha encargado a mí que me ocupe de estos pequeños trabajos. No me importa; además, me
                   he dado cuenta de que cuando no trabajo, tampoco me aburro. Mucha gente se aburriría, pero yo…
                      ¡Dios!, qué ganas tengo de que venga el hombre de las ventanas. Creo que acabo de ver… Y
                   ahora oigo…


                    Rachel  se  quedó  mirando  en  silencio  al  niño  durante  varios  minutos.
               Estaba  de  cuclillas  entre  la  nevera  y  la  pared  oeste  de  la  cocina,  el  torso
               inclinado hacia adelante, de modo que las rodillas le tocaban el pecho; trataba

               de esconderse incluso mientras la miraba, dando pasitos de lado en un intento
               patético de fundirse con la pared, como si creyera que su cuerpecito pudiera
               hacerse  poroso,  o  que  si  conseguía  pegarse  lo  suficiente  a  la  pared,  podría
               contagiarse  camaleónicamente  de  su  color.  Rachel  también  se  apercibió  de

               que respiraba de manera entrecortada debido al esfuerzo. De vez en cuando,
               dejaba escapar un zumbido grave, casi un ronquido; era obvio que su cuerpo
               necesitaba más aire del que allí había.
                    Mientras  le  miraba,  Rachel  sentía  unas  ganas  desesperadas  de  decirle:

               «¡Mírame, por favor!»; pero no pudo. Eso asustaría al niño, le decepcionaría
               y le estropearía el juego, pensó, ya que al hablar, ella desvelaría que había
               notado su presencia.
                    Rachel  corrigió  su  pensamiento.  El  niño  no  estaba  jugando  a  nada.  Al

               contrario, temía por su vida, la temía a ella, se sentía atrapado y totalmente
               indefenso.  A  pesar  de  la  escasa  luz,  pudo  observar  que  su  cara  no  tenía
               ninguna expresión; alguien que viera una fotografía de él en estos momentos,
               pensaría que estaba descansando, esperando algo o justo a punto de despegar

               en un salto.
                    A Rachel le apetecía decirle: «Deberías llevar ropa encima»; pero sintió
               que no era un comentario oportuno y se quedó callada. Probablemente había

               vivido  sus  nueve  o  diez  años  de  vida  así,  como  estaba  ahora.  No  era
               solamente su piel morena la que le hacía pensar eso, sino algo más. Quizás
               fuera  su  comportamiento  o  su  total  falta  de  vergüenza.  Se  quedó
               reflexionando un instante sobre esto y llegó a la conclusión de que no era tan
               evidente.  En  realidad,  nada  de  lo  que  había  pensado  tan  precipitadamente

               sobre  él  era  evidente,  no  eran  más  que  especulaciones  imaginarias.  «Es
               alguna  criatura  salvaje  que  ha  entrado  en  la  casa  y  lo  único  humano  que
               tiene  es  su  aspecto  externo».  Este  fue  el  pensamiento  que  tuvo  nada  más

               verlo. Pero estaba claro que eso no podía ser.
                    —Espera ahí —le dijo.
                    El cuerpo del niño se estremeció ligeramente.
                    —¡Oh!, no te muevas, por favor…
                    Rachel retrocedió unos pasos hacia atrás y encendió la lámpara del techo.



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