Page 59 - Extraña simiente
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—Relájate —le dijo Paul al niño con voz suave.
Pensó ponerle la mano encima del hombro para reconfortarlo, pero
cambió de idea; ¿cómo podría ser reconfortante su caricia si reaccionaba tan
violentamente al contacto más mínimo?, razonó.
Volvió la cabeza y miró a Rachel. Estaba de pie, en la otra punta del sofá,
el rostro fríamente inexpresivo.
—Tráeme una manta, cariño, por favor —dijo Paul.
Rachel dudó un segundo y luego hizo un gesto con la cabeza señalando al
niño.
—Intenta acostarlo, Paul. Esa posición que tiene es… grotesca.
—¿Grotesca?
—Sí, poco natural.
—Más bien dolorosa, ¿no crees? —dijo Paul secamente.
Posó sus manos sobre los brazos del niño y le dijo:
—Vamos, jovencito, ¿por qué no te acuestas?…
Le hablaba suavemente, como si se tratara de un niño mucho más
pequeño. Vio que su mano sobre el brazo no había provocado ninguna
reacción brusca y pensó que era un signo esperanzador.
—Venga, acuéstate aquí.
Paul notó que el niño respondía a la leve presión de sus dedos.
—Así está mejor.
Paul volvió a mirar a Rachel y le dijo:
—¿Vas a traer esa manta, por fin?
Rachel empezó a caminar hacia el dormitorio.
—Y enciende esa lámpara también —continuó Paul, señalando con la
cabeza una lámpara de pie de hierro forjado, de pantalla diminuta que había a
la derecha del sofá, cerca de la puerta del dormitorio.
—No veo casi nada —Paul se interrumpió un segundo—. Y no estés tan
tétrica.
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