Page 60 - Extraña simiente
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Consiguió inducir al niño para que se recostara de lado, aunque no dejara

               la posición fetal.
                    —Así está mejor, jovencito; y ahora, estira las piernas.
                    Puso al niño de espaldas y presionó levemente sus rodillas.
                    —Déjate, déjate, así…

                    El niño dejó que Paul le estirara las piernas y se quedó sentado, pero con
               la cabeza justo encima de las rodillas y los puños muy apretados contra los
               oídos.
                    —Relájate, nadie quiere hacerte daño.

                    Paul puso las manos sobre los hombros del niño y lo extendió hacia atrás.
                    Rachel volvió del dormitorio.
                    —Aquí  tienes  la  manta  —dijo,  con  tono  medido  que  trataba  de  ser
               indiferente.

                    Puso la manta a los pies del niño y dio al interruptor de la lámpara. Nada.
                    —Se ha debido fundir la bombilla —murmuró.
                    —A  lo  mejor  es  ese  maldito  generador  —dijo  Paul,  señalando  hacia  la
               cocina con un gesto de la cabeza. Y añadió:

                    —Tráeme una de las lámparas de queroseno que hay en el armario de ahí
               dentro.
                    Sin decir nada, Rachel volvió a la cocina.
                    El niño estaba boca abajo y se mantenía con los puños apretados contra

               los oídos. Paul le cogió las muñecas y tiró hacia adelante con suavidad hasta
               que los brazos del niño quedaron extendidos.
                    —Así —dijo Paul sonriendo con bondad—, así estás mejor, ¿verdad?
                    De repente, el cuerpo del niño y las manos de Paul, que todavía sujetaban

               sus  muñecas,  se  volvieron  de  un  amarillo  anémico.  Paul  volvió  la  cabeza
               rápidamente  y  vio  que  tenía  a  Rachel  justo  detrás  suyo,  sosteniendo  la
               lámpara en la mano. Paul suspiró.
                    —¡Qué susto me has dado, Rae! —dijo sonriendo, incómodo.

                    —Aquí tienes la lámpara.
                    Rachel intentó alcanzársela.
                    —No, no. Trae la mesa hasta aquí y pon la lámpara encima.
                    Paul le señaló una mesa pequeña, de madera oscura que estaba entre las

               dos ventanas traseras.
                    Rachel dio unos cuantos pasos pequeños hacia su izquierda, desplazando
               el pequeño círculo de luz amarilla que reflejaba sobre el cuerpo del niño. De
               pronto, se paró en seco.

                    —¡Paul!




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