Page 61 - Extraña simiente
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Él miró hacia donde ella miraba y después volvió los ojos hacia ella.

                    —¿Qué ocurre?
                    —¿Pero es que no lo ves? ¿No es evidente?
                    —¿Qué es evidente?
                    —Su cara, Paul, mírale la cara.

                    —Ya la he visto.
                    Paul volvió a mirarla rápidamente.
                    —No comprendo —dijo Paul.
                    —¿Que no comprendes? —dijo Rachel incrédulamente—. ¿Estás ciego,

               Paul? ¿Es que no ves quién es?
                    —¿Pero de qué demonios estás hablando, Rachel?
                    Paul  se  puso  de  pie  y  trató  de  quitarle  la  lámpara  de  las  manos.  Ella
               retrocedió de espaldas, dudó un instante y salió corriendo hacia la cocina con

               la lámpara en la mano.
                    Al cabo de un momento, Paul la siguió.



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                    Rachel se había sentado a la mesa de la cocina y se había tapado la cara
               con las manos. La lámpara estaba sobre la mesa, enfrente de ella y bajo su
               luz, Paul pudo ver que Rachel estaba temblando.

                    —Rachel, por favor…
                    Apartó una silla de la mesa y se sentó a su lado.
                    —Por favor, querida. ¿Estás llorando?
                    Silencio.
                    —No hay ningún motivo para llorar, Rachel.

                    —Busca al señor Lumas —dijo, en un susurro ronco—. Él sabrá qué se
               debe hacer. Él entenderá.
                    Rachel posó las dos manos sobre la mesa, una a cada lado de la lámpara.

               Paul observó la humedad que había alrededor de sus ojos y sobre sus mejillas.
                    —Él sabrá qué hacer —repitió en voz alta, sin temblor.
                    —No  —dijo  Paul  dulcemente,  acariciándole  la  mejilla  con  la  mano—.
               Creo que lo que necesitamos es un médico, para el niño… —dudó antes de
               seguir— y para ti. Estás muy alterada, al parecer sin otro motivo que el de

               haber encontrado a un pobre niño perdido…
                    Rachel soltó una pequeña risa cavernosa.
                    —No lo entiendes, ¿verdad?

                    Se apartó de la mesa y dijo:



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