Page 63 - Extraña simiente
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Era posible que Paul y Rachel reaccionaran de la misma manera pero era

               más  probable  que  no.  Rachel  poseía  una  consciencia  especial  que  con
               esfuerzo,  podría  transmitir  a  su  marido.  Y  si  él,  Lumas,  pudiera  ayudar  en
               algo…
                    De repente se dobló en dos —el dolor lacerándole el estómago y el pecho

               —,  y  cayó  al  suelo  de  rodillas.  En  el  instante  siguiente,  sintió  que  caía  de
               bruces. Alargó el brazo, buscando el apoyo del tronco muerto de la acacia.



                                                          * * *



                    El  sonido  que  hace  la  agonía  humana  es  una  mezcla  de  miedo,  de
               confusión  y,  por  debajo,  de  súplica  espontánea  y  no  confesada  para  que  el
               sufrimiento  se  abrevie.  Es  un  sonido  inconfundible.  Paul  Griffin,  jadeando

               tras la carrera por el sendero accidentado, se tensó al oírlo y se quedó quieto
               unos segundos con la cabeza ladeada, esperando que se repitiera. No se oyó
               nada.
                    —¿Hank? —llamó—. ¿Hank? —volvió a llamar, haciendo una bocina con
               las manos.

                    No recibió respuesta.
                    Cruzó sin poner cuidado el arroyo que le separaba del perímetro este del
               bosque.

                    —¿Hank?
                    Sacó el pie del barro blando del borde del arroyo; se paró a escuchar y no
               oyó  más  que  el  sonido  del  agua  discurriendo  por  el  agujero  alargado  que
               había hecho su pie.
                    —¿Hank? Soy yo, Paul Griffin.

                    Al sur, un urogallo corrió a refugiarse entre unos arbustos. Más allá, en las
               ramas  bajas  de  un  sicomoro,  una  ardilla  evidentemente  irritada,  emitió  un
               murmullo y desapareció al otro lado.

                    —¡Dios mío! —murmuró Paul—. ¡Hank! —gritó—. ¿Dónde estás?
                    Silencio.
                    Caminó rápidamente hasta la suave pendiente, se paró y echó una mirada
               a la casa. Se sorprendió muchísimo durante un momento de que pudiera, sin
               mucho esfuerzo, aislar la casa del paisaje que la rodeaba. Se veía claramente

               la parte superior del tejado de piedra —el sol poniente le daba un color rojo
               apagado—, pero no bastaba para sugerir inmediatamente que hubiera una casa
               debajo. Las tablilllas del tejado tan verdes y alegres de costumbre bajo la luz

               del sol, se confundían ahora casi perfectamente con la plana oscuridad casi



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