Page 68 - Extraña simiente
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Siguió a Rachel hasta el dormitorio y echó una mirada rápida a la cama.

                    —Quita al gato, Rachel —le ordenó.
                    Rachel le dio unas palmaditas al gato en el costado.
                    —Venga, Higgins —le dijo—, ¡fuera!
                    Maullando en signo de protesta, el gato se bajó lentamente de la cama.

                    Paul giró el cuerpo de Lumas, lo sostuvo unos segundos con los brazos
               estirados  y  lo  posó  con  cuidado  sobre  la  cama.  Se  irguió,  aspiró
               profundamente y al exhalar el aire, dijo:
                    —Dios mío… Espero que nunca más tenga que pasar por algo así.

                    —¿Qué le pasa, Paul?
                    —No tengo ni la más remota idea.
                    Volvió a inhalar profundamente y se arrodilló con una rodilla sólo al lado
               de  la  cama.  Rachel  encendió  la  lámpara  que  había  sobre  la  cómoda.  No

               funcionó.
                    —Es  ese  maldito  generador  —le  dijo  Paul—.  Tráeme  la  lámpara  de
               queroseno. Y algo para hacer una venda.
                    Rachel asintió y fue al cuarto de estar.

                    Paul  tomó  la  mano  izquierda  de  Lumas  entre  las  suyas  y  se  puso  a
               estudiarla.
                    —No se ve un carajo —murmuró—. ¡Rachel! —gritó—, ¡la lámpara!
                    —Estoy buscando una venda, Paul —le contestó ella, malhumorada.

                    —Bien, pero tráeme la lámpara primero.
                    —¿Y cómo quieres que encuentre una venda en la oscuridad?
                    —Pero, por Dios, habrá más de una lámpara en la casa, ¿no?
                    —No tardo nada…

                    Rachel  revolvió  el  armario  de  las  medicinas  que  tenían  en  el  cuarto  de
               baño.
                    —¡Aquí hay una! —gritó.
                    Un  segundo  más  tarde,  volvió  a  entrar  en  la  habitación  con  la  lámpara

               colgando  de  una  mano  y  una  tira  de  tela  blanca  en  la  otra.  Le  tendió  la
               lámpara a Paul.
                    —Tómala —le dijo.
                    —No, sostenla tú.

                    Rachel se acercó más a la cama y sostuvo la lámpara iluminando a Lumas.
                    —Estupendo —prosiguió Paul—. Y ahora, dame la venda.
                    Ella  se  la  tendió.  Él  miró  a  Rachel,  mostrándole  la  mano  izquierda  de
               Lumas.

                    —Bastante horrible, ¿verdad?




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