Page 70 - Extraña simiente
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—No necesitó tantas palabras —contestó Paul—. Te tiene mucha estima,

               Rachel. Deberías sentirte halagada.
                    Rachel intentó sonreír y dijo:
                    —Soy  mucho  menos  inteligente  de  lo  que  él  piensa,  Paul.  Me  hace
               sentirme  fatal,  como  si  no  pudiera  evitar  decepcionarlo.  Si  es  verdad  que

               tengo algún don, como él piensa, te aseguro que no es muy fiable.
                    —¿Qué quieres decir, querida?
                    Rachel desvió la mirada un segundo.
                    —No lo sé —dijo—. No sé. Es como si comprendiera algo en un segundo

               de lucidez, para olvidarlo completamente un instante después.
                    —¿Comprender algo?
                    —No lo puedo explicar mejor, Paul. No puedo contarte lo que no sé. Lo
               siento.

                    Paul arqueó las cejas, confuso y admonitorio. Rachel estaba segura de que
               él pensaba que ella le ocultaba algo.
                    —Bueno, bueno —dijo Paul—. Esto se está poniendo muy críptico, ¿no te
               parece? En fin, qué más da… Lumas —dijo señalando hacia el dormitorio—

               piensa que se está muriendo, como ya te he contado. Puede que tenga razón,
               no sabemos lo que tiene. Por lo tanto lo que diga ahora, puede venir de eso.
                    —¿Y tú también crees que se está muriendo?
                    —No lo sé, no soy médico. Pero ha estado escupiendo sangre, bueno tú lo

               has visto —Paul hizo una mueca de pena—. Puede ser tuberculosis, puede
               tener una úlcera…
                    Volvió la cabeza hacia la izquierda violentamente y se quedó mirando la
               oscura entrada al dormitorio. Posó las manos sobre los brazos del sillón y se

               dispuso a levantarse.
                    —¿Hank? —llamó—. Quédate en la cama, por amor de Dios, no estás en
               condiciones de…
                    Paul se puso de pie, cogió la lámpara de queroseno que estaba en la mesa

               al lado del sillón y la dirigió de modo que su luz iluminaba tenuemente el
               dormitorio. Vio que Hank se estaba recostando en la cama.
                    —Hank, acuéstate, necesitas descansar.
                    Lumas  se  puso  de  pie  muy  despacio,  agarrándose  el  estómago  con  la

               mano derecha y al barrote de la cama con la otra.
                    —¡Hank, por Dios! —tartamudeó Paul.
                    Vio un ligero movimiento en el sofá con el rabillo del ojo.
                    Dirigió la mirada hacia allá y vio que el niño había abierto los ojos.







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