Page 71 - Extraña simiente
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Lumas apareció en el marco de la puerta, todavía apretándose el estómago

               con la mano derecha.
                    —Hank —dijo Paul—, por favor… vuelve a la cama, estás enfermo.
                    Dio unos cuantos pasos hacia él, se detuvo y vio a su derecha que el niño
               había tirado la manta al suelo.

                    —Rachel —le dijo mirándola—, tápale, ¿quieres?
                    Asintiendo, Rachel se levantó bruscamente, llegó hasta el sofá y se inclinó
               sobre él para recoger la manta.
                    —¡Déjele como está, señora! —ordenó Lumas con voz plena y poderosa.

                    Rachel le miró y luego miró a su marido.
                    —¿Paul? —dijo suplicante.
                    —Tápale, Rachel.
                    —¡Déjele como está! —repitió Lumas.

                    Su voz, además de poderosa, se estaba tiñendo de violencia.
                    Rachel alisó la manta, nerviosa y miró confundida a su marido.
                    —Paul, ¿qué debo hacer?
                    Paul, tratando de establecer su autoridad no sólo sobre el niño y Rachel,

               sino sobre Lumas también, gritó:
                    —¡Que lo tapes de una vez te digo!
                    Los movimientos de Lumas eran rápidos como el rayo. En un segundo, ya
               estaba sobre el niño y un segundo más tarde, sus grandes manazas le rodeaban

               la garganta. Por un momento, desde puntos de vista opuestos, Paul y Rachel
               contemplaron  un  cuadro  tembloroso  y  surrealista.  Vieron  las  venas  azules
               hinchándose en el dorso de las manos del viejo y los músculos firmes y las
               arterias azules del cuello del niño, inflamarse por la presión.

                    Entonces  Paul,  sosteniendo  todavía  la  lámpara  en  su  mano  derecha,
               enganchó a Lumas con el brazo izquierdo, le rodeó la garganta y empezó a
               tirar.
                    —¡Hank! ¡Por Dios! —le dijo apretando los dientes—. ¡Suelta, suelta ya!

                    Pero  la  fuerza  del  hombre  mayor  era  inmensa.  Paul  echó  el  brazo  que
               sostenía la lámpara hacia atrás.
                    —Coge esto, Rachel.
                    Rachel soltó la manta y le quitó la lámpara de las manos. Paul rodeó el

               torso de Lumas con el brazo libre, plantó firmemente los pies en el suelo y se
               puso a hacer fuerza.
                    —¡Rachel! —gritó—. ¡Las manos, cógele las manos!
                    Pero  antes  de  que  Rachel  pudiera  actuar,  Paul  ya  había  vencido  la

               resistencia de Lumas y ambos rodaron por el suelo. Siguió un momento de




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