Page 72 - Extraña simiente
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silencio; entonces fue cuando Paul notó que se había roto o fisurado unas
costilla. De repente su respiración se hizo dolorosa y presa de pánico notó que
era una costilla inferior.
—¡Rachel! —gimió—. ¡Quítamelo de encima!
Pero en ese mismo instante, se dio cuenta de que Lumas ya estaba de pie y
señalaba con el dedo, igual de tenso que lo hizo Rachel, al niño, que todavía
estaba sentado encima del sofá, el oscuro rostro, perfecto, sin expresión, como
de cera.
Desde el suelo, Paul podía ver aletear la nariz de Lumas, los brazos
temblar y su hermosa cabellera blanca, desparramarse por la camisa
manchada de sangre.
—¡Y tú, vete! —gritó el hombre—. ¡Tú, vuelve al bosque!
Cada palabra sonó como un jadeo borboteante y abominable. Unos
segundos más tarde, Lumas se volvió de espaldas, cruzó la cocina y
desapareció por la puerta trasera.
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