Page 56 - Extraña simiente
P. 56

suave  y  perfecta  piel  no  cubría  hueso  y  cartílago,  sino  algo  mucho  más

               insustancial; quizás arcilla. Arcilla blanda.
                    Adornando los pálidos ojos azules, tenía unas cejas del mismo color de
               tierra que el pelo, igual de espesas y abundantes, y no se juntaban en medio de
               la frente, como suele ocurrir a menudo con ese tipo de cejas; en cambio —

               frondosas como eran— se estrechaban poco a poco hasta llegar a un punto,
               justo  encima  del  borde  de  la  cuenca  del  ojo.  En  cualquier  otro  niño  esta
               conformación hubiera resultado ridícula, dando la sensación de que el niño
               hubiera estado jugando con pinzas de depilar o con maquillaje.

                    La  boca  entreabierta  era  lo  que  muchos  llamarían  una  boca  clásica:  el
               labio  inferior  carnoso,  el  superior  más  fino,  ambos  formando  una  unidad
               húmeda, de color rojo oscuro; Rachel sintió un vértigo al sentirse atraída por
               esa boca… tentadora. ¡Sí, esa era la palabra! Esos labios eran seductores.

                    Dio un paso hacia atrás.
                    Justo en ese momento ocurrieron dos cosas a la vez. La lámpara del techo
               parpadeó un instante y lanzó un destello de hiriente luz azul, antes de fundirse
               la bombilla; la oscuridad se hizo dueña de la habitación.

                    Simultáneamente se abrió la puerta de atrás.
                    Apareció Paul.
                    —No he encontrado a Hank —dijo, agachándose para quitarse el barro de
               las  botas—.  No  está  en  su  cabaña.  Casi  he  tirado  la  puerta  abajo  de  tanto

               llamar —hizo una pequeña pausa—. Enciende la luz, Rachel, por favor.
                    Ella señalaba temblando, silenciosa y tensa al niño.
                    —¿Te pasa algo? —preguntó Paul.
                    Ella hizo un gesto brusco con la cabeza, señalando la misma dirección que

               su  mano.  Al  hacer  eso,  el  niño  escondió  la  cabeza  entre  sus  rodillas,  de
               manera que su postura en cuclillas parecía todavía más severa.
                    —Te estoy viendo —dijo bruscamente—. Te veo y no te vas a escapar.
                    —¿Qué diablos…? —murmuró Paul.

                    Con la bota del pie derecho todavía puesta, dio unos cuantos pasos hacia
               el niño.
                    —¡Venga, sal de ahí! —ordenó.
                    Rachel miró a su marido desesperadamente.

                    —Pero no te quedes ahí, Paul. Cógele antes de que…
                    Rachel se dio cuenta de lo estúpido que era lo que iba a decir.
                    Paul dudó, miró primero al niño y luego a Rachel.
                    —¡Haz algo, Paul!

                    —Rachel, yo…




                                                       Página 56
   51   52   53   54   55   56   57   58   59   60   61