Page 55 - Extraña simiente
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Se quedó boquiabierta.

                    El niño había vuelto la cabeza y la estaba mirando.



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                    En ese instante, una palabra le vino a la boca: «Bello».
                    Un segundo después, la desechó. No sólo no era adecuada, sino que era
               deshonesta; deshonesta hacia sí misma. Hacia todo su ser. Porque se llaman
               «bellas» a tantas cosas banales… Los hombres y las mujeres son bellos. Los
               niños  son  bellos,  los  animales,  la  poesía,  la  alegría,  el  amor  son  bellos.

               Incluso  la  tristeza  es  bella.  La  cara  que  estaba  estudiando,  los  ojos  que  la
               estudiaban a ella, no lo eran.
                    Era horrenda. Como puede serlo la perfección. E hipnótica, igual que la

               luna llena.
                    Una cara en total armonía consigo misma.
                    Por el espacio de un segundo de demencia, Rachel pensó que sus propios
               hijos se parecerían mucho a este niño.
                    El color de su piel era muy parecido al de ella, ¿no era cierto?

                    No, quizás se pareciera más al de Paul. Y la forma ovalada, afilada de los
               ojos.  Los  ojos  de  Paul.  Y  la  barbilla  potente,  como  la  de  Paul.  Este
               pensamiento se fue desvaneciendo, víctima de la honradez innata de Rachel.

               Además, sentía miedo, miedo y confusión.
                    Sus  propios  hijos  se  parecerían  a  este  niño  tanto  como  un  grabado  de
               Audubon a su tema. Una imitación. Este pensamiento le cortó la respiración.
               ¿Se le había ocurrido realmente un pensamiento tan absurdo? ¿Lo pensaba de
               verdad?

                    Avanzó un paso hacia el niño. Él alzó ligeramente la cabeza para poder
               seguir mirándola a los ojos.
                    Ella ya había visto antes ese color azul frágil de sus ojos; era el color del

               cielo muy temprano por la mañana, limpio de nubes, justo antes de que salga
               el sol, pero justo después de que las estrellas más brillantes se hayan ocultado.
               Ese  azul  pálido,  frágil  y  efímero.  Un  azul  que  contrastaba  tan  fuerte  y
               exquisitamente con la suave piel casi del color de la tierra. Pero era el pelo lo
               que tenía el color de la tierra, se corrigió. Era como si la espesa y hermosa

               mata  de  pelo  que  le  caía  por  los  hombros,  aunque  curiosamente  no  por  la
               frente, fuera una especie extraña de tierra fértil.
                    Los pómulos altos y la nariz recta le recordaban a los indios americanos,

               pero Rachel pensó que no eran tan puros; daba más la sensación de que la



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