Page 50 - Extraña simiente
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IX






                    Al principio, Rachel no le dio mucha importancia a las huellas de pisadas
               que encontró en el barro. Después de todo, no  era tan raro encontrarse con la
               marca  de  pies  descalzos  sobre  la  tierra  empapada.  A  los  niños  les  encanta
               hacer  este  tipo  de  cosas,  correr  descalzos,  sobre  todo  después  de  una

               tormenta. Rachel dejó en el suelo la cesta de ropa recién lavada, delante de la
               cuerda de tender, sonrió melancólica y miró hacia las escaleras empinadas en
               la parte trasera de la casa hasta las que llegaban las huellas. Podía ver a Paul
               allá  a  lo  lejos,  en  el  campo  más  próximo  al  bosque.  Cuando  volviera  del

               trabajo,  ella  le  contaría  cómo  estuvo  a  punto  de  rodar  por  las  escaleras;  la
               carcoma las había vuelto peligrosas. Con un poco de suerte, Paul y el señor
               Lumas las arreglarían pronto.
                    Agarró un par de calzoncillos largos de la cesta de mimbre; los colgó en la

               cuerda y se echó a reír viendo cómo aleteaban alocadamente en el viento.
                    Esto no es como Nueva York, ¿verdad? Bruscamente, dejó de reírse, se
               puso de puntillas, miró a Paul a través de los campos, y se dio cuenta de que
               la  distancia  que  los  separaba  era  demasiado  grande,  el  viento  soplaba

               demasiado fuerte y que nunca la oiría. Volvió a su postura normal. Esto no es
               como Nueva York, ¿verdad? Eso le había dicho Paul la primera noche que
               pasaron en la casa.
                    Se  dio  la  vuelta.  ¿Dónde  había  estado  con  el  pensamiento?  ¿En  Nueva

               York, donde ver a un niño era tan normal como ver una farola? ¿Dónde había
               estado durante estos instantes después de ver las huellas en el barro?
                    Observó la tierra batida alrededor suyo. No había otras pisadas más que
               las suyas y las de… ¿el niño? Sí, sin duda, razonó, eran pisadas de niño. Eran

               mucho más pequeñas que las suyas y no tan profundas, leves huellas sobre la
               tierra donde el talón se hundía menos que la parte delantera del pie. El niño
               había estado corriendo o desplazándose furtivamente hacia la casa.
                    Se agachó sobre las huellas y pasó un dedo por sus bordes. Encontró una

               huella de profundidad uniforme: el niño había debido detenerse en este sitio.
               Rachel varió su posición ligeramente. Observó que la otra huella era idéntica.



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