Page 52 - Extraña simiente
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—Sí  —le  interrumpió  Paul—,  claro  que  hay  alguien.  Lo  puedo  oír.  El

               pobre desgraciado ha debido querer refugiarse de la tormenta —pegó el oído
               a la puerta de nuevo—. ¡Hola! ¡Usted! El que está en el sótano, ¿se encuentra
               bien? ¿Me puede oír?
                    Esperó un momento y continuó hablando elevando un poco la voz.

                    —¡Hola!  ¿Me  oye?  —otra  pausa—.  ¡Dios!  —exclamó—.  Rachel,  ¿me
               puedes echar una mano?
                    Rachel  se  acercó  a  la  puerta  y  colocó  sus  manos  por  encima  de  las  de
               Paul.  Unos  segundos  más  tarde  habían  conseguido  separar  la  puerta  del

               marco.
                    —Vale —dijo Paul—, ya puedo yo sólo.
                    Rachel dudó un instante antes de desplazarse a la derecha, desde donde
               podía mirar por la estrecha abertura entre la puerta y el marco.

                    —No  veo  nada  —dijo,  y  tras  una  pausa,  añadió—:  Pero  me  parece  oír
               algo.
                    Al forzar Paul la puerta hasta abrirla chirriaron los goznes. Sacudió las
               manos y respiró hondamente.

                    —Vamos a tener que… arreglar… esta maldita puerta —dijo.



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                    Rachel iba de un lado a otro de la cocina.
                    —¿Has visto el café, Paul? —preguntó, abriendo y cerrando los armarios.
                    Paul se dejó caer lentamente sobre una silla de la mesa de la cocina.
                    —Estoy seguro de que oí a alguien —murmuró—. Estoy seguro.
                    —¡Aquí está el café! —dijo Rachel.

                    —Y  esas  huellas  —prosiguió  Paul—…,  tenía  que  estar  ahí  dentro.
               ¿Dónde si no?
                    Rachel llevó el paquete de café hasta el molinillo.

                    —Paul —dijo con un tono vagamente paternalista—, ¿no has buscado ya
               en todas partes?
                    Esperó  una  respuesta,  aunque  la  pregunta  era  más  bien  retórica.  Paul
               asintió.
                    —Bueno, entonces —continuó—, es muy simple, no había nadie, como te

               dije desde el principio.
                    Sonrió para cerrar la discusión.
                    —Estaba  muy  oscuro  —dijo  Paul—.  Desde  fuera,  tú  no  podías  darte

               cuenta de lo oscuro que estaba. Fíjate si estaría oscuro que hasta tropecé con



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