Page 33 - Extraña simiente
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                    Rachel  se  separó  del  escritorio  y  miró  hacia  la  papelera  que  tenía  a  su
               izquierda llena de hojas de papel arrugadas: eran los intentos infructuosos de
               una carta a su madre.
                    —¡Maldita sea! —murmuró.

                    En  cada  hoja  había  escrito  por  lo  menos  dos  párrafos,  pero  nunca  le
               satisfacían; o bien eran demasiado sutiles (su madre sospecharía que trataba
               de  esconder  algo)  o  bien  llenos  de  charla  inútil  (lo  que  a  su  madre  le
               disgustaba) o bien demasiado cargados de consideraciones filosóficas sobre

               su «nueva vida» (su madre pensaría que se había vuelto pretenciosa o, peor
               aún, idealista).
                    Pero este último intento no estaba tan mal, ¿verdad? Cogió la hoja y se
               puso a leerla.



                   «Querida madre:
                      Perdóname por la deprimente conversación que tuvimos por teléfono. Espero que esta carta no
                   sea igual. Como la casa ha mejorado, mi humor también ha cambiado. Todavía no puedo decir que
                   me sienta cómoda aquí, pero las cosas van mejorando. Hemos trabajado mucho en la casa. En el
                   estado espantoso en el que la encontramos hace tres semanas nos chocó a los dos; fue como una
                   bofetada  en  la  cara,  especialmente  para  Paul,  que  tenía  tantos  planes.  Estuvimos  pensando
                   seriamente en dejarlo; incluso ahora no sé por qué no lo hicimos. Supongo que por pereza.
                      No puedo decir que tenga mucha ilusión, pero por lo menos no tengo el pesimismo de antes.
                   Creo que mi error era comparar la vida de aquí con la de la ciudad. Y no hay comparación posible;
                   Nueva York y este lugar son dos mundos opuestos. Estoy empezando a darme cuenta y a aceptarlo,
                   aunque no puedo decir que lo haya conseguido del todo. Algunas mañanas me despierto esperando
                   oír  a  mi  alrededor  todos  los  ruidos  que  hace  una  ciudad  al  desperezarse,  pero  lo  único  que  me
                   encuentro  es  el  silencio  (aunque  si  se  escucha  atentamente,  uno  se  da  cuenta  de  que  no  es  tal
                   silencio). En esos momentos siento que ya no sé dónde estoy.
                      Y no sólo es por el silencio. Por ejemplo, ayer, Paul y el señor Lumas (¿te he hablado ya de él?)
                   encontraron los despojos de un ciervo que, según el señor Lumas, debía tener seis años. Él dice que
                   a lo mejor hay un lobo rondando por aquí, pero Paul asegura que el último lobo que se vio por estas
                   tierras fue liquidado hace muchos años. Aunque admite que ningún otro animal excepto el puma (y
                   también  se  dice  que  ya  no  hay  por  aquí),  puede  hacer  lo  que  se  le  ha  hecho  a  ese  animal  (le
                   arrancaron todas las vísceras, pulmones, hígados, etc. La descripción que hizo Paul era bastante
                   repugnante).  Voy  a  ser  más  precisa:  según  Lumas,  esto  lo  podía  haber  hecho  perfectamente  un
                   hombre. Un hombre sería capaz de matar a un animal de un tiro y dejarlo pudrirse. Pero tanto él
                   como  Paul  han  examinado  el  animal  y  han  llegado  a  la  conclusión  de  que  ha  debido  ser



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