Page 33 - Extraña simiente
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VI
Rachel se separó del escritorio y miró hacia la papelera que tenía a su
izquierda llena de hojas de papel arrugadas: eran los intentos infructuosos de
una carta a su madre.
—¡Maldita sea! —murmuró.
En cada hoja había escrito por lo menos dos párrafos, pero nunca le
satisfacían; o bien eran demasiado sutiles (su madre sospecharía que trataba
de esconder algo) o bien llenos de charla inútil (lo que a su madre le
disgustaba) o bien demasiado cargados de consideraciones filosóficas sobre
su «nueva vida» (su madre pensaría que se había vuelto pretenciosa o, peor
aún, idealista).
Pero este último intento no estaba tan mal, ¿verdad? Cogió la hoja y se
puso a leerla.
«Querida madre:
Perdóname por la deprimente conversación que tuvimos por teléfono. Espero que esta carta no
sea igual. Como la casa ha mejorado, mi humor también ha cambiado. Todavía no puedo decir que
me sienta cómoda aquí, pero las cosas van mejorando. Hemos trabajado mucho en la casa. En el
estado espantoso en el que la encontramos hace tres semanas nos chocó a los dos; fue como una
bofetada en la cara, especialmente para Paul, que tenía tantos planes. Estuvimos pensando
seriamente en dejarlo; incluso ahora no sé por qué no lo hicimos. Supongo que por pereza.
No puedo decir que tenga mucha ilusión, pero por lo menos no tengo el pesimismo de antes.
Creo que mi error era comparar la vida de aquí con la de la ciudad. Y no hay comparación posible;
Nueva York y este lugar son dos mundos opuestos. Estoy empezando a darme cuenta y a aceptarlo,
aunque no puedo decir que lo haya conseguido del todo. Algunas mañanas me despierto esperando
oír a mi alrededor todos los ruidos que hace una ciudad al desperezarse, pero lo único que me
encuentro es el silencio (aunque si se escucha atentamente, uno se da cuenta de que no es tal
silencio). En esos momentos siento que ya no sé dónde estoy.
Y no sólo es por el silencio. Por ejemplo, ayer, Paul y el señor Lumas (¿te he hablado ya de él?)
encontraron los despojos de un ciervo que, según el señor Lumas, debía tener seis años. Él dice que
a lo mejor hay un lobo rondando por aquí, pero Paul asegura que el último lobo que se vio por estas
tierras fue liquidado hace muchos años. Aunque admite que ningún otro animal excepto el puma (y
también se dice que ya no hay por aquí), puede hacer lo que se le ha hecho a ese animal (le
arrancaron todas las vísceras, pulmones, hígados, etc. La descripción que hizo Paul era bastante
repugnante). Voy a ser más precisa: según Lumas, esto lo podía haber hecho perfectamente un
hombre. Un hombre sería capaz de matar a un animal de un tiro y dejarlo pudrirse. Pero tanto él
como Paul han examinado el animal y han llegado a la conclusión de que ha debido ser
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