Page 82 - Extraña simiente
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las que ella le había repetido una y otra vez; palabras escogidas por su
simplicidad, cuyo sentido probablemente no comprendiera. Además, sólo
repetía las dos palabras más simples, que eran «perro» y «gato». ¿Pero no era
así como aprendía todo el mundo a hablar? Si el chico había sido mudo toda
la vida por no haber oído nunca o casi nunca a alguien hablar, entonces la
labor de Paul y suya era admirable.
Y su risa… Una risa tan desarrollada, tan genuina. No tenía nada que ver
con la risa estridente y chillona de un niño. Era una risa contagiosa, que no
suele corresponder a un niño de esa edad, pensó Rachel.
Todo esto significaba que el chico estaba reaccionando, que estaba
saliendo de la horrible concha donde había estado encerrado desde que le
encontraron.
—¿Paul? —llamó Rachel, esperando que todavía estuviera en la casa y
pudieran comentar los acontecimientos de la noche anterior—. ¿Paul? —
repitió. Pero no hubo respuesta.
Un nombre —pensó de repente—, el niño necesita un nombre. Llevaban
demasiado tiempo llamándole «el niño» o «el chico» cada vez que se referían
a él. Rachel pensó que no se les habría ocurrido antes probablemente porque
era tan introvertido, tan exento de personalidad. Pero ahora que había
pronunciado sus primeras palabras…, que había soltado su primera risa…
Barajó mentalmente unos cuantos nombres. Él no podía ser un «Frank» o
un «Mike» o un «Jerry». Tampoco le iba «Paul, Jr.». Su nombre debía ser
poético, cantarín y a la vez masculino. Sonrió. Recordó que ya había tenido la
experiencia frustrante y divertida de buscar un nombre un par de veces antes.
Recientemente con el señor Higgins; el gato, unos años antes; con un perro
que le había comprado su padre, y muchos años atrás, cuando apenas había
dejado de llevar pañales; con su familia de muñecas fabricadas en casa: Lucy,
Elisabeth, Granny y Marjory. Se esforzó en abandonar este pensamiento.
Reconoció de pronto que sus sueños tenían que ver con este recuerdo, los que
estaba teniendo cuando sonó el despertador; soñaba que estas muñecas que en
la realidad fueron tan toscas, pero que en el sueño parecían tan reales,
bailaban a su alrededor, primero serias y luego sonrientes. Y ella las
contemplaba feliz, encantada y finalmente en un éxtasis casi sexual.
Los residuos del sueño se disiparon completamente. Volvió la cabeza.
—¿Paul? —llamó de nuevo, esta vez más alto.
—Estoy aquí —le contestó Paul desde la cocina.
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