Page 83 - Extraña simiente
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¿Qué fue lo que leyó en su cara durante un fugaz instante?, se preguntó

               Rachel. ¿Decepción?
                    —Buenos días —dijo ella sonriendo, de buen humor.
                    Paul estaba sentado a la mesa con una taza de café en la mano.
                    —¡Hola! —masculló.

                    Rachel miró hacia el fogón. Había una cafetera llena de café recién hecho,
               humeante, una cacerola con agua hirviendo sobre el fuego y una caja de copos
               de avena sobre la repisa.
                    —¡Oh!  —empezó  diciendo  Rachel,  tratando  de  parecer  agradablemente

               sorprendida—,  ¡has  empezado  a  preparar  el  desayuno!  Gracias.  Sigo
               detestando  tener  que  encender  el  fuego  en  ese  maldito  fogón.  Siempre
               termino quemándome.
                    Rachel fue hasta la repisa y abrió la caja de copos de avena.

                    —Paul,  he  estado  pensando  sobre  el  niño;  tendremos  que  ponerle  un
               nombre, al menos temporalmente. Sabes, hasta que… —trató de encontrar las
               palabras  adecuadas—,  hasta  que  esté  lo  suficientemente  recuperado  y  nos
               pueda decir cómo se llama.

                    Paul no dijo nada.
                    —¿No te gusta la idea, Paul?
                    Cogió  un  vaso  medidor  del  armario  y  midió  una  porción  de  copos  de
               avena.

                    —Si no te gusta, lo entiendo, no era más que una idea. Quiero decir, que
               no es como si fuera nuestro hijo, ¿verdad? No lo hemos adoptado, ni nada
               parecido…
                    Rachel fue hasta el fogón y vertió suavemente la avena en la cacerola de

               agua hirviendo.
                    —Es que me parece —siguió diciendo Rachel— un poco inmoral haberles
               dado nombre al gato y al coche —lo llamaban «Bessie»—, incluso al tractor
               —Paul lo llamaba «Brutus»— y que sigamos llamando al niño «el chico».

                    Rachel miró a su marido.
                    —Paul, ¿me estás escuchando?
                    Paul estaba vuelto de espaldas; Rachel le vio bajar la cabeza ligeramente.
                    —Sí —contestó—. Estoy escuchando. No es una mala idea…

                    —Pero no te entusiasma, ¿es eso lo que quieres decir?
                    Paul encogió los hombros y musitó:
                    —No sé.
                    Volvió la cabeza hacia ella y la miró sin rastro de expresión en los ojos.

                    —Rachel, ¿dejaste tú esa puerta abierta?




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