Page 85 - Extraña simiente
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Rachel estudió las huellas más de cerca y se incorporó al terminar.

                    —¿Y bien? —inquirió Paul—. ¿Lo entiendes ahora?
                    —No sé —murmuró.
                    Estuvo callada durante un buen rato. Parecía estar a punto de llorar, pensó
               Paul. Luego, Rachel añadió:

                    —Tiene que haber una explicación, Paul; tiene que haberla.
                    —Sí —le dijo Paul suavemente—, la hay.
                    Se hizo un silencio muy cargado.
                    —El  niño  quería  salir,  no  alcanzaba  el  pestillo  o  no  sabía  cómo

               funcionaba, lo que me parece más probable; por eso se puso a roer la puerta.
               Esa es la explicación, y lo siento mucho.
                    —No  tienes  por  qué  sentirlo,  Paul  —dijo  Rachel  con  voz  temblorosa,
               tratando  por  todos  los  medios  de  disimularlo—.  No  sé  tú,  pero  yo…  —se

               mordió el labio esperando que eso calmaría el temblor de su voz— nunca me
               he  hecho  muchas  ilusiones  sobre  los  progresos  que  pueda  hacer.  Le  falta
               mucho todavía…
                    Rachel volvió rápidamente al fogón, puso de nuevo la cacerola sobre el

               fuego y comenzó a darle vueltas despacio, metódicamente.
                    —Todavía  le  falta  mucho…  —después  de  una  pausa,  Rachel  se  volvió
               hacia  Paul—.  Esto  tiene  grumos,  Paul.  Tendré  que  tirarlo  y  empezar  de
               nuevo, ya sabes el asco que te dan…

                    Paul, todavía sosteniendo la puerta con la mano, oyó el ruido sordo de la
               cuchara  de  madera  con  la  que  Rachel  rascaba  furiosamente  el  fondo  de  la
               cacerola una y otra vez.
                    Durante un momento se hizo silencio.

                    —Rachel —suplicó Paul—, no hagas eso…
                    Paul  enmudeció  confuso.  Aunque  Rachel  estuviera  de  espaldas,  pudo
               sentir que estaba sonriendo.
                    —¿Rachel?

                    Ella volvió la cabeza; sonreía satisfecha, como si se hubiera confirmado
               una  oscura  sospecha,  como  si  por  fin  hubiera  ganado  una  batalla  larga  y
               amarga.
                    —Hank sabrá qué se puede hacer —dijo Rachel con voz firme.

                    —Hank ha muerto, Rachel. Sin duda alguna. Y tú lo sabes.
                    Su sonrisa se desvaneció.
                    —¿Rachel?
                    —Él te lo dijo, Paul —su voz era un susurro ronco y desesperado—. Te lo

               dijo y no quisiste escucharlo.




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