Page 89 - Extraña simiente
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«Alguien te dirá, hijo mío, que los océanos son el origen de toda vida.
Pero ahora ésta es la fuente».
—No entiendo lo que me dice, Padre. Explíqueme.
—¿Paul?
—¿Rachel?
—Por favor, contesta, Paul.
—Explíqueme lo que quiere decir, Padre. Explíqueme. ¿Padre? ¿Padre?
La enorme rueda empezó a alejarse lentamente.
Al fin fue la cara de Rachel la que le miraba, gracias a Dios, y no era nada
inexpresiva; mostraba intermitentemente sentimientos de confusión, de rabia
y de ansiedad.
—Rachel…, el niño…
—Está bien, querido.
—¿No lo…?
—No —Rachel desvió momentáneamente la mirada—. No. Se encuentra
bien.
Paul intentó sentarse en el suelo del pasillo, pero el dolor del costado se lo
impidió.
—¡Mierda! —murmuró.
—¿Son las costillas, Paul?
Paul asintió levemente.
—¿Crees que podrás bajar las escaleras?
—No lo sé. Ahora mismo no.
—Te puedo ayudar, Paul.
Paul intentó sonreír, pero le temblaron los labios.
—Te aseguro que puedo, Paul.
—Déjame aquí tumbado otro minuto más…, y estaré bien.
Rachel no dijo nada durante un momento. Después empezó a decir:
—A propósito del niño, Paul…
Esperó a que él le animara a continuar, pero no dijo palabra.
—Volviendo sobre lo que he estado a punto de hacer… Fue…, como
antes. Como cuando le vi por primera vez. ¿Te acuerdas?
—Si me acuerdo ¿de qué?
—De lo que te dije entonces, de que comprendía…, y luego ya no
comprendía. ¿Te acuerdas?
—Sí me acuerdo.
A pesar del dolor, el comentario le salió paternalista.
—Pues me ha vuelto a pasar, Paul.
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