Page 91 - Extraña simiente
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XIV
Cuando Rachel pensaba sobre lo ocurrido —y era raro el momento en que
no lo hacía— sentía más enfado, confusión y miedo que vergüenza por lo que
había hecho. Únicamente se avergonzaba de su total falta de vergüenza. Lo
único que la consolaba era el hecho de que en el último momento no sabía
muy bien si por compasión o por cobardía había bajado el brazo.
Se dio cuenta de que Paul ni entendía ni lo podía entender. Era pedirle
demasiado. Porque ni siquiera ella lo entendía. Esa verdad dura y fugazmente
desvelada se había vuelto a oscurecer.
Paul no había empleado en ningún momento la frase: No comprendo. Si la
hubiera pronunciado, eso significaría que buscaba una explicación, una razón.
Y la explicación que había aceptado —que se había visto en la obligación de
aceptar por amor a ella— se expresaba en tres palabras: «No lo sé». Tres
palabras al menos lo suficientemente vagas o ambiguas que no le obligaban a
concentrarse en ellas; palabras de exteriorización, que colocaban la
explicación fuera de ella, fuera del alcance de su responsabilidad. Y eso
representaba un alivio ante un acto como el que ella había cometido.
Paul la había estado vigilando. Aunque le hubieran dejado de doler las
costillas al cabo de unos días después de su caída en el pasillo del segundo
piso y porque hubiera muchísimo trabajo en el campo, siempre se las había
arreglado para encontrar una excusa descaradamente falsa para quedarse en la
casa con ella, o cerca de ella.
Hasta hoy, después de tres semanas desde su intento de agresión al niño.
* * *
—¿Crees que estarás bien si te dejo sola durante un par de horas, Rachel?
Paul había terminado de desayunar y llevaba su plato al fregadero.
Rachel estuvo a punto de decir: «¿No confías en mí?», pero dijo:
—Creo que sí. ¿Por qué?
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