Page 91 - Extraña simiente
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XIV






                    Cuando Rachel pensaba sobre lo ocurrido —y era raro el momento en que
               no lo hacía— sentía más enfado, confusión y miedo que vergüenza por lo que
               había hecho. Únicamente se avergonzaba de su total falta de vergüenza. Lo
               único que la consolaba era el hecho de que en el último momento no sabía

               muy bien si por compasión o por cobardía había bajado el brazo.
                    Se dio cuenta de que Paul ni entendía ni lo podía entender. Era pedirle
               demasiado. Porque ni siquiera ella lo entendía. Esa verdad dura y fugazmente
               desvelada se había vuelto a oscurecer.

                    Paul no había empleado en ningún momento la frase: No comprendo. Si la
               hubiera pronunciado, eso significaría que buscaba una explicación, una razón.
               Y la explicación que había aceptado —que se había visto en la obligación de
               aceptar  por  amor  a  ella—  se  expresaba  en  tres  palabras:  «No  lo  sé».  Tres

               palabras al menos lo suficientemente vagas o ambiguas que no le obligaban a
               concentrarse  en  ellas;  palabras  de  exteriorización,  que  colocaban  la
               explicación  fuera  de  ella,  fuera  del  alcance  de  su  responsabilidad.  Y  eso
               representaba un alivio ante un acto como el que ella había cometido.

                    Paul  la  había  estado  vigilando.  Aunque  le  hubieran  dejado  de  doler  las
               costillas al cabo de unos días después de su caída en el pasillo del segundo
               piso y porque hubiera muchísimo trabajo en el campo, siempre se las había
               arreglado para encontrar una excusa descaradamente falsa para quedarse en la

               casa con ella, o cerca de ella.
                    Hasta hoy, después de tres semanas desde su intento de agresión al niño.



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                    —¿Crees que estarás bien si te dejo sola durante un par de horas, Rachel?
                    Paul había terminado de desayunar y llevaba su plato al fregadero.
                    Rachel estuvo a punto de decir: «¿No confías en mí?», pero dijo:
                    —Creo que sí. ¿Por qué?





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