Page 93 - Extraña simiente
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—Segura.
* * *
Paul se había marchado haría una media hora escasa; a menos que
caminara muy despacio debía haber llegado ya a la cabaña de Lumas,
encontrado su cuerpo y quizá ya estuviera buscando un lugar apropiado para
enterrarlo. No estaría mal enterrarlo cerca de la cabaña. Claro que, al igual
que con los otros dos niños —Margaret y Joseph Schmidt—, sería enterrado
sin ataúd; a lo sumo, envuelto en una manta o una sábana…
Rachel sacudió nerviosamente la cabeza, como si tratara de sacudirse el
pensamiento de encima. (Con qué facilidad se habían alejado de lo que ya era
su vida anterior. Era como si se hubieran desconectado de ella. Esa luz
especial que les había dado la vida ya no tenía ningún sentido.)
Se pasó la bandeja que llevaba a la mano derecha para poder abrir la
puerta de la escalera con la izquierda. Rachel blasfemó. ¿Por qué diablos no
habría puesto Paul una bombilla en la escalera a pesar de que se lo hubiera
pedido tantas veces? No tardaría ni diez minutos en hacerlo. Era peligroso
seguir así. Recordó que la última vez que subió su pie ya en el descansillo,
tanteaba y se preparaba para ascender otro peldaño que no existía.
Esta vez subió cautelosamente y sin incidentes; con sumo cuidado,
recorrió el pasillo en sombras que llevaba hasta la habitación del niño.
Delante de la puerta, Rachel volvió a cambiar la bandeja de mano, buscó la
llave maestra en los bolsillos del pantalón y abrió la puerta.
La luz estaba encendida, pero apenas alteraba la oscuridad de la
habitación.
—¡Hola! —dijo Rachel.
—¡Hola! —dijo el chico con voz que, como siempre, desconcertaba por
su proximidad.
Estaba pegado a la ventana, de espaldas a ella. Estaba desnudo.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Rachel.
—¡Hola! —contestó él.
Quizás, pensó Rachel estudiándolo, sería la luz o el esfuerzo de
acostumbrarse a ella, o el cansancio…, quizás enseguida todo volvería a ser
normal.
—¿Estás bien? —preguntó Rachel.
—¡Hola! —contestó el niño.
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