Page 95 - Extraña simiente
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Estuvo a punto de añadir: «¿Está bien, Hank?», pero se dio cuenta de que

               era una pregunta absurda.
                    —¿Paul? ¿Ya lo has hecho?
                    Silencio.
                    Cerró  la  puerta  con  llave  tras  ella  y  caminó  rápidamente  por  el  pasillo

               hasta llegar al descansillo que dominaba las escaleras.
                    Se paró en seco y miró confusa hacia abajo, hacia la puerta cerrada al pie
               de las escaleras. ¿La había cerrado ella cuando subió al cuarto del niño? Se
               quedó pensativa.

                    —¿Paul? —volvió a llamar.
                    No hubo respuesta.



                                                          * * *



                    Normalmente, la única ventana de la cabaña de Lumas que daba al Este
               estaba tapada con papel engrasado. El papel había sido arrancado del marco
               de la ventana y, a través del hueco que dejaban los pinos, el sol de la mañana
               mostraba crudamente a Paul lo que yacía sobre la cama de Lumas. El resto de

               la habitación estaba en una oscuridad casi total.
                    Paul cerró la puerta de la cabaña muy lenta y silenciosamente, como si no
               quisiera molestar a la habitación ni a lo que contenía.

                    —¿Hank? —dijo.
                    Paul se insultó a sí mismo. Era demasiado evidente que lo que yacía en la
               cama no era el hombre que había venido a enterrar, que Henry Lumas estaba
               mucho más allá del gesto patético y esencialmente vacío del duelo. Porque no
               se  entierran  las  ropas  de  un  hombre,  pensó  Paul.  No  se  pueden  dedicar

               palabras de consuelo a un montón de ropas de hombre.
                    Volvió a insultarse a sí mismo y dio unos cuantos pasos vacilantes hacia
               adelante.

                    La camisa de franela roja de Lumas había sido desgarrada con saña y sólo
               los  brazos  estaban  más  o  menos  intactos.  Sus  pantalones  marrones
               desgastados  estaban  rotos  hasta  la  mitad  por  la  costura  de  delante  y
               completamente por detrás; sus dos mitades yacían hechas una bola al pie de la
               cama.  Había  unas  salpicaduras  de  sangre  en  los  restos  de  la  camisa;  estas

               manchas y unas cuantas salpicaduras más en el suelo alrededor de la cama
               eran las únicas que se veían. Parecía que, gracias a Dios, Lumas había sido
               atacado bastante tiempo después de morir. Si no hubiera sido así, razonó Paul,

               la habitación estaría inundada de sangre.



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