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NO ES BUENO QUE EL HOMBRE ESTÉ SOLO
Sentirse querido, acompañado y aceptado mejora la autoestima y la
seguridad en uno mismo. Además, influye en nuestra psicología porque las
relaciones sanas alivian la peor de las heridas. Por el contrario, cuando nos
sentimos solos de forma sostenida en el tiempo, esto nos perjudica
enormemente. Por un lado, la soledad acompaña a múltiples enfermedades
autoinmunes, inflamatorias, crónicas, neurológicas, oncológicas y
psiquiátricas. Por otro, es un factor que incrementa el riesgo de padecer
depresión, ansiedad, insomnio y numerosas enfermedades físicas.
No es lo mismo soledad que aislamiento. El último es mantener un
contacto nulo o casi nulo con otros; por tanto, es un estado objetivo. La
soledad en cambio es subjetivo, derivado de no ser capaz de encontrar o
mantener las relaciones personales que desearíamos. Es subjetivo ya que no
depende de tener o no un círculo de amistades, sino que proviene de un
desequilibrio entre lo que nos gustaría tener y lo que en verdad tenemos.
La soledad bien elegida es el camino de partida para el autoconocimiento.
Frenar, parar y cortar con el cúmulo de estímulos externos —donde puede
existir un exceso de ruidos emocionales y sociales— nos ayuda a frenar esa
intoxicación de cortisol en la que se encuentra inmersa gran parte de la
sociedad.
LA VERGÜENZA DE SENTIRSE SOLO
Cuando se da el binomio de soledad más vergüenza y culpa, nos
enfrentamos a una situación de riesgo para el individuo. En esos casos, la
mente busca vías de escape, como pueden ser las sustancias tóxicas, las
adicciones y, en los casos más graves, el suicidio, para evitar el sufrimiento