Page 72 - Encuentra tu persona vitamina
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entorno?,  ¿existía  afecto  a  tu  alrededor?,  ¿alguien  te  hirió  y  persiste  esa
                herida?, ¿no recuerdas tu infancia?, ¿te trataban bien tus amigos?, ¿te sentías

                parte de un grupo?, ¿te sentías valorado y capaz de hacer cosas?
                   Entrar en la historia del apego de cada persona es una labor delicada y
                artesanal. Los relatos de infancia y juventud son la causa última de muchos
                problemas  de  la  vida  adulta.  La  adaptación  que  ha  ido  fraguando  nuestra
                personalidad es fundamental para entender la manera actual que tenemos de

                relacionarnos con el entorno, con la pareja, con los hijos o con el trabajo.
                Sobre todo nos marca en cómo gestionamos nuestras emociones.
                   Esa adaptación a la que hago referencia tiene mucho que ver con nuestro
                equilibrio  interior.  Todos  llevamos  una  mochila  psicológica,  más  o  menos

                consciente, de alegrías, penas, tristezas, éxitos, humillaciones y frustraciones.
                Nuestra personalidad es el mejor resultado que hemos podido obtener de las
                circunstancias que hemos vivido con las herramientas emocionales a nuestra
                disposición. Esto no siempre se consigue. Por eso, de vez en cuando nuestro
                estado  anímico  hace  aguas,  con  picos  de  ansiedad,  momentos  de  gran

                inseguridad, una voz interior que machaca o depresiones que nos bloquean.
                   Muchos  síntomas  físicos  y  psicológicos  de  los  adultos  provienen  de
                emociones  mal  gestionadas  en  el  presente  por  bloqueos  del  pasado,  por
                heridas mal cicatrizadas o por traumas que se siguen reviviendo.

                   Quiero hablarte antes de continuar de la historia de una niña de Camboya,
                cuyo testimonio me marcó profundamente.



                                                   E L CASO DE C HAMPEY
                  Somaly Mam, activista y directora de la fundación donde yo cooperé en Camboya durante un tiempo,
                  me pidió un día que la ayudara con Champey. Era una niña de once años que residía en uno de los
                  centros que Somaly tenía por el país. Su padre, su hermano y un tío habían abusado de ella y había
                  sido  vendida  a  un  prostíbulo  donde  estuvo  meses  en  una  habitación  insalubre,  en  condiciones
                  deplorables,  donde  los  clientes  mantenían  relaciones  con  ella  —me  parece  una  forma  demasiado
                  suave para expresar la dureza del asunto— por un dólar. En una redada en ese establecimiento la niña
                  fue rescatada.
                    Somaly estaba preocupada, llevaba varios meses en el centro, pero no se movía de una esquina, no
                  permitía que nadie la tocara y únicamente soltaba algunos gemidos sin decir palabras comprensibles.
                    Un  mañana  me  subí  al  coche  con  Somaly  pensando  qué  podría  hacer  yo.  Me  resultaba  difícil,
                  imposible,  aproximarme  a  Champey,  pero  mi  cabeza  no  dejaba  de  buscar  alguna  solución  para
                  acercarme a ese corazón y a ese cuerpo herido y maltrecho. En el camino paramos a comer cerca de
                  la carretera un plato típico, el amok. Al lado, en un tenderete, una señora vendía unas gomas, unas
                  pinzas para el pelo y cepillos. Se me ocurrió una idea y compré unas cuantas cosas.
                    Al llegar al centro las niñas corrieron a saludar y a abrazar a Somaly. Todas menos una: Champey.
                  La imagen es imposible de olvidar. Se encontraba como siempre en una esquina, abrazada a sí misma,
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