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su mente activarán el estado de alerta; es decir, tendrán la señal de peligro y
                amenaza encendida durante mucho tiempo.









                   El apego proporciona la seguridad emocional indispensable para un buen
                                            desarrollo de la personalidad.





                   Harry  Harlow,  psicólogo  estadounidense,  decidió  estudiar  la  teoría  del
                apego propuesta por Bowlby. Realizó un polémico trabajo con monos rhesus
                que hoy en día no sería posible por la falta de ética del proceso. El estudio se
                basaba en separar a las crías de sus madres. Metió a los monitos en jaulas

                donde introdujo dos elementos: por un lado, una estructura con un alambre
                y un biberón adjunto; por el otro, un muñeco de felpa suave pero sin biberón.
                   Harlow buscaba entender cuál sería el comportamiento de las crías ante la
                privación  materna  al  tener  estas  dos  opciones:  contacto  físico  similar  a  la
                madre o alimentación.

                   Siempre me ha maravillado el resultado de esta investigación. Las crías se
                acercaban al muñeco de felpa, y solamente se separaban hacia el alambre-
                biberón para alimentarse, pero luego volvían a la felpa. Esto demostró que, a
                pesar de lo que uno pueda imaginar, las crías buscan de forma más continuada

                el contacto con su madre —o con lo que puede ser su madre— que incluso la
                alimentación. Ese contacto con la madre-felpa era un apoyo de seguridad; las
                crías se abrazaban a ella cuando tenían miedo o cuando se producía algún
                cambio  en  la  jaula.  Cuando  se  les  retiraba  la  madre-felpa,  las  crías
                sollozaban y gritaban buscando reencontrarse con el trozo de felpa.

                   Harlow avanzó en su estudio. Realizó más experimentos, imposibles en la
                actualidad por la crudeza y el maltrato animal que suponían. Enjauló durante
                semanas,  meses  o  incluso  hasta  un  año  a  otros  macacos  a  los  que  solo
                satisfizo  sus  necesidades  primarias  —comida  y  bebida—  pero  no  las

                afectivas  —nada  de  felpas  ni  figuras  de  apego—.  A  las  pocas  semanas,
                algunos  de  los  pobres  macacos  empezaron  a  desarrollar  cuadros  de
                pasividad,  indiferencia  y  catatonía  irrecuperables.  Otros  dejaron  de
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