Page 76 - Encuentra tu persona vitamina
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alimentarse,  muchos  se  volvieron  incapaces  de  relacionarse  y  algunos
                murieron prematuramente.

                   Quizá  al  leer  esto  pueda  venirte  a  la  mente  el  bebé  que,  jugando  o
                paseando, precisa de su trapito o peluche para calmarse. Todos mis hijos han
                contado con uno desde pequeños. Recuerdo en particular a mi hijo Enrique,
                que durante unos meses tuvo que acudir a diario a un hospital a recibir un
                tratamiento doloroso. En esos momentos se abrazaba a su trapito —¡que no

                dejaba de ser un fular mío antiguo!— para calmarse. La mezcla del olfato, la
                textura y el agarrarlo —la prensión de la manita— relajaban a mi pequeño                  [3]
                .

                   Leí hace tiempo un artículo de Álvaro Bilbao sobre este tema. Él explicaba
                que si el recién nacido nada más nacer tocaba el dedo de la madre o una tela
                suave ello estimulaba en gran medida el reflejo palmar de los bebés y les
                hacía estar más relajados. Me alegra saber cómo cada vez más a menudo la
                ciencia y las modernas investigaciones llegan a idénticas conclusiones que el

                instinto materno y la experiencia.
                   La  educación,  la  psicología  y  la  psiquiatría  deben  ir  de  la  mano.  Los
                conocimientos  avanzan cada  vez  más,  y no  concibo  en  pleno  siglo  XXI una
                educación  que  deje de lado  la  ciencia. Por  eso  los  maestros  y educadores

                deben  zambullirse  sin  miedo  en  la  psicología;  los  terapeutas  tienen  que
                esforzarse en conectar con los profesores; y los padres han de leer y escuchar
                a los profesionales para sacar el mayor partido a la educación de sus hijos y
                lograr así potenciar a los hombres y mujeres del futuro.
                   Harry Harlow ya adelantaba con sus estudios cómo el pequeño busca sentir

                esa  cercanía  y  suavidad  para  calmarse.  Lo  tenía  claro:  la  privación  de
                contacto físico durante los primeros años de vida tiene efectos nefastos en la
                vida adulta y deja una herida difícil de sanar. Difícil, pero no imposible. En
                las próximas páginas hablaremos en detalle de esto.









                      Desde que el bebé nace precisa interacción con los cuidadores como
                 alimento básico para su cerebro. Esa cercanía es un abono para su mente y su
                                                          cuerpo.
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