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                                                     E D I T O R E S













                                                             Si por alguna fatiga de dilación, el editor hubiera olvi-
                D E L   O T R O   L A D O   D E L   E S C R I T O R I O  dado elementos importantes, el editado –el futuro, el
                                                             presunto– debe disculparlo. Si por alguna disonancia
                                                             temperamental, el editor fuera propenso a la digre-
                         LUIS CHITARRONI
                                                             sión, el futuro editado debe ser paciente y esperarlo;
                                                             pero implacable en el momento en que el otro retome
                El editor no debe ceder a la indulgencia de trai-  el hilo. El editado no tiene por qué olvidar las ofensas
            cionar su gusto para parecer ecuánime, pero tampoco   o los desentendimientos del editor (y podrá echárselos
            obedecer siempre a éste. En la estética predominante   en cara cuando sea pertinente). Debe alterar, corregir,
            hay recovecos suficientes para evitar el capricho (que   modificar, dar vuelta, anticipar o retrasar siempre y
            es una torcedura, un desvío, nunca una rúbrica del   cuando entienda bien qué tiene que hacer, no porque
            gusto). Conviene acumular argumentos, siempre van   el editor invoca una “ideíta o ideota” de la oficina de
            a ser útiles, sobre el libro que se ha elegido. Críticas ad-  marketing (en conspiración con el departamento de
            versas, en la medida en que puedan obtenerse antes de   ventas, o viceversa). O puede hacerlo, si ha cedido a
            la publicación, siempre bienvenidas (el crítico adverso   alguna creencia epifánica, de acuerdo con la cual las
            nos ayuda a reforzar los puntos débiles, a encontrarle a   ventas de su libro le permitirán hacer viajes pendien-
            la debilidad coartada narrativa). La relación del editor   tes o reponer electrodomésticos (si se altera la adjeti-
            con el que escribe no tendría que llegar a la amistad.   vación y los electrodomésticos son los pendientes. y
            Como muchas veces es inevitable, hay que tratar de no   domésticos, en cambio, los viajes, el escritor y futuro
            atenuar cierto rigor pertinente; quien termina hacién-  editado tiene también todo el derecho del mundo de
            dolo por blandura, pierde. Las observaciones, objecio-  replantearse su profesión). Nada más.
            nes, cambios y correcciones –que el editor formule y/o   Releídos los puntos parecen tan vagos e inútiles
            exija– pueden ser de cualquier orden, pero no alterar   como cualquiera de los escrúpulos hacendosos que
            la integridad conceptual (aunque sea una supresión)   imponían los gremios a quienes practicaban un oficio.
            del conjunto (no pedir que una musa se transforme en   En cuanto a las mañas en las cláusulas de los contratos,
            psicopedagoga, por ejemplo). Las más difíciles de ver,   que el futuro o presunto se consiga un buen agente o
            muchas veces, tanto para el editor como para el edita-  vaya precavido.
            do, suelen ser de dispositio o de suministro de infor-
            mación, pero no hay que descuidar los detalles (a una
            eminente debí corregirle, porque no se dejaba hacer
            otras cosas, que escribiera que la focas eran cetáceos;
            aceptó, con sumisión submarina). Hay que resignarse
            –todo editor debe– a que se puede corregir lo que el
            otro escribe, no lo que el otro cree. La ceguera ante los
            caminos del exceso del otro (sintácticos, gramaticales,
            ortográficos y, sobre todo, prosódicos) no conducen al
            palacio de la sabiduría. Ejercer la vieja custodia ante
            cacofonías, finales rimados, repeticiones, solecismos
            diversos y deficiencias de puntuación.
                El editado debe respetar los tiempos del editor,
            sus manías; no sus equivocaciones de lectura ni de
            interpretación.  Si  por  alguna  misteriosa  oscilación
            entre tiempos de lectura y concurrencia, el editor no
            hubiera terminado de leer, el editado debe disculparlo.
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