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D E B A T E S
CUESTIÓN DE ESTILO
Puedo decir que asistí a un solo taller literario en mi
vida y que duró alrededor de cinco minutos. Yo tenía
dieciséis o diecisiete años, había escrito un cuento muy
largo llamado “El último poeta” y consideraba que era, Deseo de escribir. Si existe, si nada en el mundo le im-
naturalmente, extraordinario. Se lo fui a leer, una tarde, porta a uno tanto como robarle tiempo a lo que sea
a un viejo profesor sin cátedra que vivía en las barrancas para sentarse frente a una computadora y darle a las
de San Pedro, un hombre muy extraño. Bosio Arnaes se teclas hasta que aparezcan las palabras precisas, hay
llamaba. Leía una cantidad de idiomas. Recuerdo que posibilidades. En algún momento ese deseo llevará a
tenía un búho, papagayos, un enorme mapamundi en buscar desesperadamente cualquier otra cosa que fal-
su mesa. Él mismo se parecía a un búho, pájaro, dicho te: lectura compulsiva e incisiva de toda la literatura
sea de paso, que fue el de la sabiduría entre los griegos. posible; guía de un buen maestro que sea generoso en
La penúltima vez que lo vi, el viejo estaba casi ciego, la trasmisión; dar a leer lo escrito y escuchar luego a
pero se había puesto a aprender ruso para leer a Dos- esos lectores de un primer borrador; corregir una y
toievski en su idioma original. Eso la penúltima vez. mil veces hasta llegar a la versión posible.
La última, estaba leyendo a Dostoievski, en ruso, con Deseo, búsqueda y esfuerzo.
una lupa del tamaño de una ensaladera. Era un hombre Si además hay un gran talento, mucho mejor. Eso
misterioso y excepcional. En San Pedro se decía que era
el verdadero autor del libro sobre los isleros que escribió marcará la diferencia entre, por ejemplo, Borges, Cor-
Ernesto L. Castro y del que se hizo la famosa película. tázar, Proust, Chejov, y el resto de todos nosotros.
La novela original era una novela vastísima de la que, se
decía, Castro tomó el tema de Los isleros. No importa
si esto es cierto; era una de esas historias míticas que CARLOS GAMERRO
ruedan y crecen en los pueblos.
La pregunta, que es vieja como el tiempo, puede
De modo que fui a la casa de la barranca y comencé dar lugar a infinitas elucubraciones y divagues. Será
a leer mi cuento, que empezaba exactamente con estas más útil, más operativa, si se la plantea en concreto,
palabras: “Por el sendero venía avanzando el viejeci- preguntándonos, por ejemplo, por la necesidad o
llo”… y ahí terminó todo. conveniencia de los artesanales talleres de escritura
Bosio Arnaes me interrumpió y me preguntó: “¿Por “Entre nosotros, hay
qué ‘sendero’ y no ‘camino’?, ¿por qué ‘avanzando’ y no
‘caminando’?, en el caso de que dejáramos la palabra picos de originalidad y
sendero, ¿por qué ‘el’ viejecillo y no ‘un’ viejecillo?, ya genialidad muy altos,
que aún no conocíamos al personaje; ¿por qué ‘vieje-
cillo’ y no ‘viejecito’, ‘viejito’, ‘anciano’ o simplemente pero también hay
‘viejo’?” Y sobre todo: ¿por qué no había escrito senci- pozos insondables de
llamente que el viejecillo venía avanzando por el sende-
ro, que es el orden lógico de la frase? Yo tenía diecisiete chapucería, improvisación
años, una altanería acorde con mi edad y ni la más mí- y chantada.”
nima respuesta para ninguna de esas preguntas.
Lo único que atiné a decir, fue: “Bueno, señor, por- (por nuestras costas) y de las industriales carreras de
que ése es mi estilo”. Bosio Arnaes, mirándome como creative writing (por las del Norte). La respuesta des-
un lechuzón, me respondió: “Antes de tener estilo, hay deñosa que suele arrojárseles es que “no produjeron
que aprender a escribir”. ningún genio”, que “Borges nunca fue a un taller lite-
rario”, etcétera. Pero Raymond Carver sí, ¿entonces?
Recordemos, para sacar la pregunta de las certezas
Abelardo Castillo, de Ser escritor.