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D E B A T E S
una serie de experiencias personales, biográficas, su- Alguien me dijo que Dios te pone los dones para
pone, por lo tanto, una manera de percibir la realidad. servir al todo, pero que uno después se olvida y se sir-
Me interesan, en este sentido, los escritores que fueron ve sólo a sí mismo. Que Dios reparte los dones para
modelando un tiempo y un universo propio. Que fue- que el universo esté en equilibrio, pero que los hom-
ron trazando, más rápido o más lentamente, las claves bres los entierran en su jardín como si fueran tesoros
de una dimensión que, antes de la escritura, no existía. privados, y el mundo se desequilibra. Porque entonces
Y que, más allá de la finitud de ese escritor, esas claves cada don pareciera tener un precio, los ponemos en
sobreviven por la propia potencia encerrada en sus competencia, como si un don valiera más que otro,
textos. Me atraen mucho esos escritores marginales y y entonces uno quiere tener el don que más vale y
olvidados que han dudado de todo, incluso de ellos descuida su función. Como el que quiere ser escritor,
mismos, pero que su palabra ha sobrevivido a la mise- como el que quiere ser pintor, como el que quiere ser
ria, al olvido. Pienso, por ejemplo, en esos días en que cineasta, como el que quiere ser médico, como el que
el cuerpo de Robert Walser estuvo hundido en la nieve quiere ser camionero o sacerdote. Querer ser es un ca-
suiza, muerto. Pienso en sus manuscritos, apretados, pricho. Uno es lo que es y lo que no es. Yo quería ser
indescifrables, aguardando el rescate en el hospital astronauta, y todavía siento nostalgia de lo que no soy.
mental de Herisau. El don es una herramienta para reencontrarse. Es
un pasaje a la muerte y al amor, al principio creador de
todas las cosas. No se elige, se manifiesta. Y se asume
LAURA MERADI en el servicio. Volviendo la cabeza a la hoja en blanco,
en las condiciones presentes, para dibujar unos sim-
bolitos que ordenen en la tierra vaya uno a saber qué.
Empecé a escribir cuando empecé a leer. Las sí-
labas sonaban para mí como notas musicales. A me-
dida que aprendí a leerlas, aprendí a escribirlas. Las
sílabas tenían sonido pero también formaban palabras
“Querer ser es un
capricho. Uno es lo que es
y lo que no es.”
SYLVIA IPARRAGUIRRE
que me permitían descubrir un mundo que existía en
mí y que necesitaba de ese código para salir del hue- Yo me hice escritora. De los ocho a los once años
co infinito. Las palabras eran la cinta fílmica donde se quise ser egiptóloga; a los doce o trece, quería tener
revelaba la película de mi humanidad, que tiene siglos una librería en un vagón de tren y recorrer lugares
en la tierra. Las palabras fueron y son mi entrada al exóticos, y hasta los quince o dieciséis también me
conocimiento. Es la herramienta que me puso en las hubiera encantado dibujar e hice muchos intentos. A
manos el universo para desarrollarme como ser hu- los catorce años, empecé un diario; con intermitencias
mana. Una gracia y una donación. me acompaña hasta hoy. Mientras me dedicaba a es-
tas cosas diversas, hacía dos que, sin que yo me diera
cuenta, se me volvieron imprescindibles: iba al cine
todo lo que podía y leía todo lo que estaba al alcance
de mi mano. Tuve la suerte de tener bibliotecas cer-
ca. En cuanto a leer todo, quiere decir todo, y con una