Page 72 - libro Antología cuentos 2020 La Balandra.indd
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inventando en el momento. A él le molestaba escucharlos porque no lo de-

              jaban concentrarse en las plantas. La chica colgaba unas sábanas blancas

              —inmaculadas, pensó en el sueño—. Una ráfaga de viento se las arrancó

              de las manos y las dejó caer sobre el esposo que ya no cantaba el tango

              y empezaba a luchar desesperado para desenredarse de las sábanas, pero

              cuanto más forcejeaba peor era, se resbalaba y la tierra del piso se pegaba

              a la tela mojada.

                    Se despertó sobresaltado y con la cara transpirada. Se destapó con

              brusquedad, necesitaba aire. Los ruidos llegaban claros esta vez. Su mujer

              estaba despierta, él lo notaba por el ritmo de la respiración. Pensó que ella

              también los habría escuchado. Se levantó y se puso la bata.

                    —¿Y ahora, adónde vas?

                    El hombre volvió a decirle lo del grito.

                    —¿Y qué vas a ir hacer? ¿A preguntarles por qué gritan? Vas a que-

              dar como un viejo ridículo. ¿Qué querés, que cuando nos vean piensen

              que nosotros ya nos olvidamos de qué significan esos gritos?

                    La mujer se dio vuelta y le dio la espalda; todavía la escuchó mur-

              murar y la odió.

                    Parado junto a la cama, con la bata abierta, se imaginó atravesando

              el jardín y saliendo en medio de la noche, tocándoles el timbre a los veci-

              nos para saber si todo estaba bien. Sería la chica quien le abría la puerta,

              envuelta con apuro en una sábana y, aunque entre los dos estaba el espacio



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