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Historia sociai  de  ia  literatura y el arte







                     Sin  embargo,  una clase que cree en  su  victoria definitiva conside­


                     rará a sus víctimas como el precio de su victoria, y, por el contrario,



                     otra  que  siente  cercano su  fin  irremisible ve en  el  destino trágico


                     de sus héroes el signo de la ruina del mundo y de un crepúsculo de


                     los  dioses,  A  la  burguesía  optimista  que  cree  en  la  victoria  de  su



                     causa,  los golpes destructores del  destino ciego no le ofrecen tran­


                     quilidad  ni  ánimos;  sólo  ías  clases  en  ruina  de  las  épocas  trágicas


                     encuentran consuelo en la idea de que en este mundo toda grande­



                     za y toda nobleza están condenadas a la ruina, e iluminan esta ruina


                     con un  resplandor transfigurador. Tal vez la filosofía romántica de


                     la  tragedia,  con  su  apoteosis  del  héroe  que  se  ofrece  voluntaria­


                     mente,  es  ya  un  signo  de  la  decadencia de  la  burguesía.  En  cual­



                     quier caso,  la burguesía  no engendra un  drama trágico  reconcilia­


                     do  con  el  destino  hasta  que  no se  siente  amenazada  en  su  propia


                     existencia;  entonces  se  verá  aparecer,  como  ocurre  en  las  obras  de



                     Ibsen,  ai  destino  llamando  a  la  puerta,  en  la  figura  amenazadora


                    de la juventud  triunfante.


                               La  diferencia más  importante entre  la experiencia trágica del


                    siglo XIX y la de los tiempos anteriores consistió en que la moder­



                    na burguesía, en contraste con las antiguas aristocracias, no sólo se


                    sintió amenazada desde fuera. Era una clase tan diversamente com­


                    puesta  e  integrada  por  can  distinros  elementos  que  parecía llevar



                    implícita  la disolución  desde  sus  comienzos.  Comprendía  no sólo


                    elementos  que  simpatizaban  con  ios  grupos  reaccionarios  y  otros


                    que  se  sentían  solidarizados  con  el  bajo  pueblo,  sino,  sobre  todo,


                    también  aquella  intelectualidad  socialmente  desarraigada  que



                    coqueteaba tan pronto con las clases superiores como con  las  infe­


                    riores, y que, por ello,  representaba en parte las ideas del romanti­


                    cismo contrarrevolucionario y enemigo de la Ilustración, y en parte



                    luchaba en pro de la  revolución permanente.  En ambos casos des­


                    pertaba  en  la  burguesía  dudas  sobre  su  propio  derecho  a  la  exis­


                    tencia y sobre la duración de su orden social.  Surgió un sentido de


                    la  vida  antiburgués  o  «supraburgués»,  una  conciencia  de  que  la



                    burguesía  había  sido  infiel  a  sus  ideas  originales  y  de  que  ahora


                    tenía que vencerse a sí misma y luchar para conquistar un  ideal de


                    humanidad umversalmente válido. En general, naturalmente, estas






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