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Historia social de ia literatura y el arte
sión y trivialidad, y tan estrechamente ligado al rococó como la
pintura sentimentalmente burguesa de Greuze. El clasicismo no
era en este caso más que un tributo rendido a la moda, a la que el
artista se unía con celo pedantesco. En sus pinturas coquetamente
eróticas solamente los motivos eran clásicos y el estilo era clasicis-
ta, pero el espíritu y la disposición eran puramente rococós. No hay
que maravillarse de que el joven David comenzara su viaje a Italia
con la decisión de no dejarse seducir por los atractivos de ia anti
güedad clásica B9. Nada muestra can claramente cuán profunda fue
la cesura entre el clasicismo rococó y el clasicismo revolucionario
de la generación siguiente que esta resolución de David. Si, a pe
sar de ello, David se convirtió en el adelantado y el más grande re
presentante del arte cíasicista, hay que atribuirlo al cambio de sig
nificación que había padecido el clasicismo, como consecuencia de
lo cual había perdido su carácter estetizante. Sin embargo, David
no consiguió inmediatamente el triunfo con su nueva interpreta
ción del clasicismo. En primer lugar, nada nos autoriza a suponer
que había de ocupar la posición privilegiada que tenía desde El ju
ramento de los Horacios y que sólo perdió después de ia Restauración.
Al mismo tiempo que David, se encuentra en Roma también un
grupo de jóvenes artistas franceses en los que se da un desarrollo
semejante al del propio David. El Salón de 1781 estaba dominado
por estos jóvenes «romanos» que habían evolucionado hacia ei cla
sicismo estricto, y de los que Ménageot era considerado el auténti
co jefe. Los cuadros de David eran siempre más severos y serios
para el gusto de la época. La crítica se dio cuenta sólo poco a poco
de que precisamente estos cuadros significaban el triunfo de las
ideas que trataban de imponerse frente al rococó M0 .
Pero a David le llegó ia madurez, y ia reparación que se le
ofreció no dejó nada que desear. El juramento de los Horacios consti
tuyó uno de los éxitos más grandes en la historia del arte. El ca
mino triunfal de la obra comenzó en Italia, donde David la expu
so en su propio estudio. Se peregrinó al cuadro, se le ofrecieron
159 Maurice Dreyfous, Les Arts ei ies ¿mistes pendant la pérwde révoluúonnaire, 1906,
pág. 152.
uo Alberc Dresdnec, Die Entstehung der Kunstkritik, 1915, págs. 229-230.
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