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Rococó, clasicismo  y  romanticismo








       flores,  y  Vien,  Bartoni,  Angelika  Kauffmann  y  Wilhelm  Tisch-


       bein, es decir los artistas más estimados en Roma,  estuvieron acor­


       des  en  las  alabanzas  al  joven  maestro.  En  París,  donde  el  público



       conoció  la obra en  el  Salón  de  1785,  el  triunfo  continuó.  El jura­


       mento de los Horacios  fue designado como  «el  cuadro  más  bello  del


       siglo», y  la hazaña de David fue considerada como realmente revo­



       lucionaria. La obra pareció a los contemporáneos el hecho más nue­


       vo y  audaz que podían  imaginarse y de  la realización más  comple­


       ta  del  ideal  clasicista.  En  el  cuadro,  la  escena  representada  se


       reducía a un  par de figuras,  casi  sin  comparsas, sin accesorios.  Los



       protagonistas  del  drama, como  signo de  su  unanimidad y su  reso­


       lución  de,  si  fuera necesario,  morir juntos por su común  ideal, es­


       tán concentrados en una línea única, entera y rígida; el artista con­



       siguió  con  este  radicalismo formal  un  efecto  con  el  que  no  podía


       compararse ninguna de las experiencias artísticas de su generación.


       Desarrolló  su  clasicismo  dentro  de  un  arte puramente  lineal,  con


       una  renuncia  absoluta a  los  efectos  pictóricos  y a  todas  las  conce­



       siones que hubieran convertido la representación en una pura  fies­


       ta para  los  ojos.  Los  medios  artísticos  de  que se  sirvió  eran  estric­


       tamente racionales,  metódicos y puritanos, y subordinaban  toda la



       organización de la obra al principio de la economía.  La precisión y


       la  objetividad,  la limitación a lo más  necesario y la energía espiri­


       tual  que se expresaban en esta concentración, correspondían  al  es­


       toicismo  de  la burguesía  revolucionaria como  ninguna otra orien­



       tación artística.  En ella estaban unidas la grandeza y la sencillez, la


       dignidad y  la sobriedad.  El juramento de los Horacios ha sido llama­


       do  con  razón  «el  cuadro  clasicista  por  excelencia»  14i.  La  obra  re­



       presentaba  el  ideal  estilístico  de  su  tiempo  tan  perfectamente


       como, por ejemplo, la Cena de Leonardo, la concepción artística del


       Renacimiento. Si se pueden alguna vez interpretar sociológicamen­


       te las puras formas artísticas, éste es el  caso.  Esta claridad, esta au­



       sencia  de  concesiones,  esta  agudeza  de  expresión  tienen  su  origen


       indudablemente  en  las  virtudes  cívicas  republicanas;  la  forma  es








                 1,1  W alter Friedlaender, Hauptstromungen derfranz.  Malerei von David bis Cézanne,  I,


       1930» pág.  8.





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