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Historia social  de  la  literatura y  el  arte







                  ahora  realmente sólo  un vehículo,  un  medio para un fin.  El  hecho


                   de que, a pesar de ello, las clases superiores participaran de este cla­



                  sicismo  es,  por  lo  que  sabemos  del  poder  sugestivo  de  los  movi­


                   mientos triunfantes,  mucho menos asombroso que el hecho de que


                   también  el  gobierno  lo  fomentara.  El juramento  de  los  Horacios,



                  como se sabe, fue pintado para el ministerio de Bellas Artes.  La ac­


                   titud  general  frente  a  las  tendencias  subversivas  era tan  despreve­


                   nida y  tan  indecisa en el arte como en  la política.


                             Cuando en  1789 se expone Bruto,  el cuadro con que David al­



                  canza  la  cumbre  de  su  gloria,  las  consideraciones  formales  no  de­


                  sempeñan ningún papel de tipo consciente en la acogida que el pú­


                  blico dispensa a la obra.  El atavío y el patriotismo romanos se han



                  adueñado  de  la  moda  y  se  han  convertido  en  un  símbolo  univer­


                  salmente  válido  del  que  se  hace  uso  con  tanto  más  gusto  cuanto


                  que  cualquier  otra analogía o cualquier  otro paralelo  histórico  re­



                  cordarían  el  ideal  heroico  caballeresco.  Sin  embargo,  los  presu­


                  puestos  de  ios  que  surge  el  moderno  patriotismo  no  tienen  real­


                  mente  nada  en  común  con  los  romanos.  Este  patriotismo  es


                  producto de  una época en la que  Francia no  tiene  ya que  defender



                  su libertad contra  un vecino codicioso o contra un señor feudal ex­


                  tranjero, sino contra  un  entorno  hostil  distinto  de  ella  en  toda su


                  estructura social  y  opuesto a  la  Revolución.  La  Francia  revolucio­



                  naria pone el arte de manera totalmente ingenua al servicio de esta


                  lucha;  hasta  el  siglo  XIX  no  surge  la  idea  de  l’art pour l'art,  que


                  prohíbe esta práctica.  La oposición  del  romanticismo  a  la  Ilustra­


                  ción  y  a  la  Revolución  es  la  primera  en  alumbrar el  principio  del



                  arte  «puro»  e  «inútil», y cuando las clases dominantes  temen per­


                  der su  influencia sobre  el arte es cuando aparece  la exigencia de  la


                  pasividad  del  artista.  El  siglo  XVIII  usa  todavía  del  arte  para



                  la consecución de sus fines prácticos de manera tan carente de escrú­


                  pulos como lo habían hecho los siglos precedentes; pero hasta la Re­


                  volución  apenas  si  los artistas se  habían dado cuenta de esta prác­


                  tica  y  mucho  menos  habían  pensado  convertirla  en  un  programa.



                  Con la Revolución el arte se convierte ya en una confesión de fe po­


                  lítica,  y  entonces por vez  primera se encarece.de  manera  bien  ex­


                  presiva  que  el  arte  no  debe  ser  un  «mero  adorno  en  la  estructura







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