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Rococó,  clasicismo  y  romanticismo







                 vuestros  pretendientes  a  la  Corona y vuestros  rebeldes  no son  otra


                 cosa que  terribles criminales!»  O  también:  «¡Oh,  vosotros,  tende­



                 ros parisinos, usureros y leguleyos, sabed que si  nosotros, la noble­


                 za francesa,  perecemos,  perece con  nosotros todo un mundo que es


                 demasiado  bueno  para  comprometerse  con  vosotros!»  Ahora,  en



                 cambio,  se  dicen  con  toda  franqueza  cosas  como  ésta:  «Nosotros,


                 respetables burgueses, no queremos ni podemos vivir en un mundo


                 que domináis vosotros, parásitos, e incluso si nosotros tenemos que


                 perecer,  nuestros hijos vencerán y vivirán.»



                           El nuevo drama, como consecuencia de su carácter polémico y


                 programático,  tenía ya  desde  el  principio que enfrentarse  con  una


                 problemática  desconocida  para  las  viejas  formas  del  drama.  Pues



                 aunque también éstas eran  «tendenciosas»,  no daban lugar a obras


                 de tesis. Una de las peculiaridades de la forma dramática es que, en


                 virtud de su naturaleza dialéctica, se presta precisamente a la polé­



                 mica;  sin  embargo,  la  «objetividad»  prohíbe  al  dramaturgo  todo


                 partidismo  público.  En  ninguna  forma del  arte  ha sido  tan  discu­


                 tida  como  en  ésta  la  licitud  de  la  propaganda.  Pero  el  problema


                 surgió  realmente  cuando  la  Ilustración  convirtió  la  escena  en  un



                 pulpito laico y en una tribuna, y renunció en la práctica completa­


                 mente al  «desinterés»  kantiano del  arte.  Sólo una época que  creía


                 tan  firmemente  como ésta en  la educabilidad y perfeccionamiento



                 del  hombre  podía  llegar  a  un  arte  puramente  tendencioso;  cual­


                 quiera otra hubiera  dudado  de  la eficacia  de  una  moral  tan  direc­


                 tamente  predicada.  Sin  embargo,  la  verdadera  diferencia  entre  el


                 drama  burgués  y  el  preburgués  no  estaba precisamente  en  que  la



                 tendencia  políticosocial  que  antes  se  disimulaba  se  exprese  ahora


                 abiertamente, sino en la circunstancia de que la lucha dramática se


                 sostenga ahora, en  vez  de  entre  individuos aislados,  entre héroes  e


                 instituciones, y de que el héroe,  que era por lo demás representan­



                 te  de  un  grupo  social,  luche  contra  fuerzas  anónimas  y  deba  for­


                 mular su punto de vista como una idea abstracta, como  una acusa­


                 ción contra el  orden social  existente.  Los  largos  discursos  y  acusa­



                 ciones  comienzan  ahora  habitualmente  con  un  «vosotros»  en  vez


                 de con un  «tú».  «¿Qué son vuestras leyes,  de  las  que hacéis  alarde


                 -declama Lillo-, sino  la prudencia del  loco y el  valor del  cobarde,







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