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Rococó, clasicismo y  romanticismo







                lucha  social.  Ahora  se  es  consciente  por  primera  vez  de  que  la



                reproducción  fiel de los  hechos conduce  por sí misma a la disolu­


                ción  de  los  prejuicios  sociales  y  a  la  abolición de  la  injusticia,  de


                que aquellos que luchan por la justicia no tienen que temer la ver­


                dad en ninguna de sus formas, y de que, en  una palabra, existe una



                cierta concordancia entre la idea de la verdad artística y la de la jus­


                ticia social.  Ahora surgió aquella  alianza tan  conocida en  el  siglo


                XIX entre el radicalismo y el naturalismo, aquella solidaridad que



                los  elementos  progresistas  sintieron  que  existía  entre  ellos  y  los


                naturalistas, aunque éstos, como Balzac por ejemplo, políticamen­


                te pensaran de manera distinta de ellos.


                           Diderot formuló ya los principios  más  importantes de  la teo­



                ría  dramática  naturalista.  Exige  no  sólo  la  motivación  natural  y


                psicológicamente  correcta  de  los  procesos  espirituales,  sino  tam­


                bién  la exactitud de  la descripción del ambiente y  la fidelidad a la



                naturaleza  en  la  decoración.  Quiere,  de  acuerdo  con  el  espíritu


                mismo  del  naturalismo,  que  la  acción  lleve  no  a  grandes  efectos


                escénicos, sino a una serie de cuadros ópticamenre expresivos, con


                 lo que parece estar pensando en algo por el  estilo de  los  «cuadros



                vivos» de Greuze. Desde luego, siente más fuertemente el estímu­


                lo  sensual  de  lo  visual  que  el  efecto  meramente  intelectual  de  la


                dialéctica dramática. También en el campo de la lingüística y en el



                de la acústica prefiere los efectos sensuales y naturalmente sonoros.


                Quisiera  restringir  la acción  a  la  pantomima,  a  los  gestos  y  a  las


                 representaciones  mímicas,  y  la dicción  a exclamaciones e  interjec­



                ciones.  Pero  quiere,  sobre  todo,  sustituir  el  verso,  el  rígido  y


                pomposo  alejandrino,  por  el  lenguaje  cotidiano,  ni  retórico  ni


                patético.  Busca, sobre  todas  las  cosas,  bajar el  tono altisonante de


                la tragedia clásica y amortiguar su efectismo teatral. La preferencia



                del drama burgués por lo  íntimo,  lo directo y  lo cordial  represen­


                 ta en esto indudablemente el papel  principal.  La concepción artís­


                 tica burguesa, que ve en  la representación de  lo inmanente y de lo


                que se basta a sí mismo el fin verdadero, trata de dar a la escena un



                carácter  cerrado,  a  manera  de  microcosmos.  Con  esta  actitud  se


                explica  la idea de  la  imaginaria  «cuarta pared»,  que  también  fue


                sugerida en  primer lugar por Diderot.  La presencia de espectado­







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