Page 102 - El fin de la infancia
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hombres  habían  visto  esa  escena,  y  esos  pocos  sólo  durante  algunos  segundos,  en
           aquellos raros momentos en que los gigantescos antagonistas salían a la superficie.
           Las  batallas  se  llevaban  a  cabo  en  la  noche  interminable  de  las  profundidades  del

           océano,  donde  las  ballenas  buscaban  su  comida.  Una  comida  que  se  oponía
           vigorosamente a ser devorada...
               La larga mandíbula inferior de la ballena, de dientes serrados, colgaba dispuesta a

           clavarse en la presa. La cabeza del animal casi había desaparecido bajo los blancos y
           enredados brazos del pulpo gigante que luchaba desesperadamente por su vida. Unas
           lívidas  marcas,  de  veinte  centímetros  o  más  de  diámetro,  moteaban  la  piel  de  la

           ballena en los sitios en que se habían posado los brazos. Uno de los tentáculos era
           sólo un muñón, y ya podía adivinarse el resultado final de la batalla. Cuando las dos
           bestias más grandes de la Tierra se trababan en combate, la ballena era siempre la

           ganadora. A pesar de toda la fuerza de su bosque de tentáculos, la única esperanza del
           pulpo  era  la  de  escapar  antes  que  la  paciente  y  demoledora  mandíbula  lo  hiciese

           trizas.  Los  grandes  ojos  inexpresivos,  separados  por  medio  metro,  miraban  al
           verdugo;  aunque,  muy  probablemente  en  esas  sombras  abisales  ninguna  de  las
           criaturas podía ver a la otra.
               La  escena,  rodeada  por  vigas  de  aluminio,  abarcaba  más  de  treinta  metros  de

           largo. Unos ganchos unidos a las vigas facilitarían el trabajo de la grúa. Todo estaba
           terminado, esperando las órdenes de los superseñores. Sullivan tenía la esperanza de

           que no tardasen mucho; el suspense se estaba haciendo un poco incómodo.
               Alguien salió de las oficinas, a la luz brillante del sol, buscando indudablemente a
           Sullivan. El profesor reconoció a su asistente principal, y fue hacia él.
               —Hola, Bill. ¿Qué pasa?

               El hombre traía una hoja en la mano y parecía muy contento.
               —Buenas noticias, profesor. Un honor para nosotros. El supervisor vendrá a ver

           nuestra obra antes que la embarquemos. ¡Piense en la publicidad que esto significa!
           Será  de  gran  ayuda  para  nuestro  próximo  contrato.  He  estado  deseando  una  cosa
           semejante.
               El profesor Sullivan tragó saliva. No se oponía a la publicidad, pero temía que

           esta vez fuese algo exagerada.
               Karellen  se  detuvo  junto  a  la  cabeza  de  la  ballena  y  observó  la  hinchada

           prominencia de la mandíbula tachonada de dientes. Sullivan, ocultando su inquietud,
           se preguntó qué estaría pensando el supervisor. No parecía sospechar nada, y la visita
           podía  ser  enteramente  normal.  Pero  Sullivan  se  sentiría  muy  contento  cuando  el

           superseñor se fuera.
               —En nuestro planeta no hay animales tan grandes —dijo Karellen—. Por eso le
           pedimos  que  arreglase  este  grupo.  Mis...  este...  compatriotas  lo  encontrarán

           fascinante.




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